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No Impact Man: The Documentary


Hace rato no hacíamos referencia a un documental. Este formato extraño que trata de extraer momentos reales basados en una hipótesis de su realizador. Lo primero que debiera decirse de este documental es que Colin Beavan, protagonista del filme, no es un hombre tratando de demostrar cuánto tiempo puede sobrevivir sin afectar el medio ambiente. Él y su familia (Michelle Beavan y su hija Isabella Beavan) se comprometen a reajustar sus vidas conscientes de lo mal que está el mundo afuera.

Colin Beavan es escritor y bloggero. Autor del libro No Impact Man donde averigua y explora todos los daños que le causamos al medio ambiente a través del uso indiscriminado de la tecnología, la cultura del consumismo excesivo y nuestros propios comportamientos. La apuesta de Laura Gabbert y Justin Scheinen en este documental es poner en práctica todo lo aprendido a través de tres fases súper agresivas, que envuelven a su familia en un plan de adaptación, concientización y campaña.

Hay muchos lados atractivos en la cinta. Por un lado, es interesante irse enterando qué podría afectar al medio ambiente dentro de nuestra cotidianidad y cómo podría uno desconectarse de todo –Beavan por lo menos demuestra que si se puede-. La situación al principio es alegre, «hippie» incluso, pero se va tornando compulsiva y provocadora. Compulsiva porque este experimento empieza a erosionar la relación con Michelle y provocadora porque los periodistas y ambientalistas socavan la autoconfianza del proyecto con críticas y malinterpretaciones de los objetivos del proyecto. Los que de alguna forma consideramos cultos, como por ejemplo el New York Times, trivializan la situación de un experimento de reajuste social con títulos clichés o perspectivas completamente desfasadas.

La otra cara de la moneda es ver a Michelle sufriendo la paradoja de su vida, tratando con un ambientalista extremo en su casa, que está en contra del consumismo americano y sin embargo ser adicta a la TV, tener una columna en el Business Week Magazine y no poder abandonar su café cuadruple en Starbucks.

Es sugestivo y a la vez no es conductista. Ofrece muchos puntos de vista, varias caras de la misma moneda. Expone la fragilidad de la mentalidad norteamericana frente al consumismo -tornándose a la defensiva cuando sienten que embisten su libertad como sociedad- y los brotes de pensamiento que a pesar de todas las trabas, pelean por restablecer los negocios locales, los alimentos orgánicos y la comida sana. Hay varios puntos que nos ponen a pensar como espectadores, el más grato sin duda, es que gracias a Isabella, uno se puede divertir fácil en una campaña de ambientalismo extremo y sobrevivir a ello. Lo que pasa es que también queda muy claro que requiere mucho tiempo, y ese tiempo -aunque el documental está situado en Brooklyn– no es viable para todo el mundo en todas las ciudades, sin el apoyo que tuvo Beavan para hacerlo. Es más una vida de campo más frugal y con tiempo para hacer una comida de dos horas todos los días, ir al mercado diariamente por dos o más horas, desplazarse de extremo a extremo buscando los productos necesarios para sobrevivir y mantenerse, etc. El cambio en la persona de Michelle es alentador y la demostración que unidos se pueden hacer muchas cosas es también importante.

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