
Hoy justamente hace 147 años, en una mañana fría de Washington, se deliberó sobre una de las más importantes hazañas del «Honesto Abe», en la historia de su mandato. La décimo tercer enmienda, modificación de la constitución de los Estados Unidos, fue propuesta por Lincoln con el fin de terminar con la esclavitud en todo el territorio norteamericano. La peli de Spielberg narra los días finales de la guerra de secesión donde los Estados Confederados del Sur, que a pesar de estar casi apabullados, se sentían aún autónomos y con la suficiente propiedad para exigir demandas en la negociación de su rendición, mientras que en Washington, se evidenciaba la doble moral de La Guerra, donde la mayoría de los representantes estaban no sólo en contra de la bendita enmienda sino de asumir con integridad la declaración de que todos los hombres son iguales ante la ley, tienen derecho a su libertad y a decidir individualmente por sus líderes a través del voto. Más que nada, Lincoln muestra el trámite político de un proceso, que así haya sido propuesto por una eminencia, así tenga todo el carácter correcto frente a los ojos de la ética y la moral debe negociarse, debe pelearse y hasta debe manipularse para conseguirlo. La justicia sólo llega si alguien con el suficiente poder, no se enceguece y pelea por ella hasta las últimas instancias. De cierta forma, la peli es desmoralizante en ese sentido.
Por otro lado, apartémonos por un momento de las buenas actuaciones de Sally Field, James Spader, John Hawkes, Tim Blake Nelson, David Strathairn, Jared Harris, Lee Pace, David Costabile -qué buen papel el del químico de la tercera temporada de Breaking Bad-, y aunque parezca un imposible, hagamos un paréntesis en la extraordinaria y casi sublime actuación de Daniel Day-Lewis. Obvio es un maravilloso reparto y un deleite en sus desempeños individuales pero la verdad es que no es mucho más lo que queda de esta pieza.
Una partitura promedio de John Williams, una excelente fotografía Janusz Kaminski y, si me lo permiten, un terrible montaje por parte de Michael Kahn. Spielberg se dedicó a sus actores, que igual son de una gran talla, y permitió que todo fluyera a ver qué salía. Bien -no le ha funcionado últimamente a Woody Allen-, es una salida pero no se si es la más sabia.
La cinta es un acto reflejo del director queriendo seguir haciendo cine y termina volviéndose una serpiente de ouroboros donde recicla mucho de su material que ha sido genial en el pasado -por citar sólo algunas partes, la bandera de Estados Unidos, al principio de la cinta es tomado de La Niña en el abrigo rojo de Schindler’s List así como la vela en el discurso de Abraham Lincoln del final de la cinta o la perplejidad de las fosas comunes llenas de extremidades, la fotografía del Norte comparada con la del sur es casi calcada de Minority Report y el sentimientalismo que es casi inconfundible en Spielberg casi desde The Color Purple, Always y Amistad; yo creo que si uno hiciera mejor el ejercicio encontraría aún más incluso se me vienen ahora mismo imágenes de The Adventures of Tintin, Munich y War of the Worlds. Muchos podrían pensar que este artilugio no es tan malo como pareciera pero sin sentido claro se vuelve iconoclasta igual que Allen o Tarantino. La pregunta es ¿dónde queda la audacia de la narración de Spielberg tan interesante en sus diálogos como en sus cámaras? No la vi, no la sentí.
Gracias a los 200 años del natalicio de Lincoln, tres pelis vimos del año pasado que tenían su referencia: Abraham Lincoln: Vampire Hunter de Timur Bekmambetov, The Conspirator de Robert Redford y Lincoln de Steven Spielberg. En principio, suena odioso ponerlas en un mismo paradigma pero eso son lo que son, la respuesta de Hollywood a una efeméride importante en la historia de Estados Unidos. A mi parecer la que mejor promedio saca es The Conspirator de Redford por su intriga y su desenvolvimiento. Lincoln podrá tener doce nominaciones al Oscar, dos Actor en los SAG’s y su solitario Globo de Oro pero al final es sólo una peli promedio muy convencional dentro de la industria.
Me gustó saber que Abraham Lincoln pertenecía al partido republicano, y entender que por eso los radicales demócratas estaban en contra de su enmienda, aunque también hay que leerla con cuidado y no ceder ante la ficción de Spielberg que manipula parte de los hechos para congraciar al público con los personajes de su historia.
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