Marley de Kevin Macdonald es uno de los mejores documentales musicales que he visto hasta ahora y además de impecable factura; y si, recuerden que ya habíamos revisado Searching for Sugar Man, también de 2012.
Macdonald rompe el estrellato con The Last King of Scotland, precedido de una docena de documentales realizados para la pantalla grande y la TV, en formato de cortometrajes y largometrajes. Sin embargo, la historia de Idi Amin logra megaproporciones cuando es nominada (y gana) mejor actor principal para Forest Whitaker en los Oscar de La Academia, además de seis BAFTA’s (tres de ellos escoceses), un Globo y dos British Independent. Hubiéramos pensado que Macdonald haría un cambio en su profesión y se dedicaría a los argumentales pero contrario a eso, logró un balance interesante realizando dos largos más y tres piezas documentales; entre ellas, su más reciente Marley.
En una vía opuesta a Malik Bendjelloul que optó por una fórmula de explotación en su forma de hacer Searching for Sugar Man y ganó casi todo lo posible en ese año, Kevin Macdonald toma una figura icónica como Bob Marley y se sienta a investigar su perfil como un verdadero documentalista; esto lo entenderemos más a fondo cuando repasemos pronto Life in a Day, otro documental del escocés.
Marley nació como Nesta Robert Marley en las colinas de Santa Ana en una población rural de Jamaica en 1945. Hijo de un colono blanco y una corpulenta nativa, el pequeño Bob fue menospreciado por los demás niños por ser mestizo; esto determinó una personalidad callada, introvertida y tímida que se volvió un plus muy atractivo para las mujeres que lo seguían en sus años como estrella. Dos objetivos interesantes se despliegan de este planteamiento en la pieza (A) Bob Marley no fue un dios, sino más bien un prolífico artista con una profunda debilidad por las mujeres que lo acediaban y (B) fue un negro capaz de darle la vuelta al apellido Marley naturalmente comprendido como de origen caucásico pero que gracias al cantante y su prole se le considera ahora legendario y afrodescendiente.
A muy temprana edad Marley empieza a interpretar y a digerir ritmos folclóricos de Jamaica como la soka, el calipso y el ska; hasta que llegados sus 16 años logra el tono indicado y graba el sencillo ‘Judge Not‘; ‘Simmer Down‘ es otro ejercicio de Marley con relativo éxito comercial pero se da cuenta que el ska que se exhibe en esas canciones es más cercano a la fiesta y él busca algo más trascendental; la ausencia de una figura paterna en la vida de Marley da cabida para que adopte a Haile Selassie (líder etipe) como modelo, incluso profeta y deidad; proclama el Jah y la religión Rastafari como suyas mientras la solución musical la encuentra en Bunny Livingston y Peter Tosh, con los que forma ‘The Wailers‘. De ahí en adelante, el documental se encarga con elocuencia de fascinarnos con los orígenes del «reggae» extraídos del soul de Estados Unidos mezclado con las antillanas raíces jamaiquinas.
Es posible que la inflexión de la narración cambie un poco, y lo que antes nos fascinó ahora sólo es una retaila de detalles y anécdotas de su estrellato pero es cierto que si se quiere hablar de Marley hay mucho de donde recortar y Macdonald logra un montaje siempre interesante y cautivante, dejando siempre claro que su gran clave del éxito deviene precisamente de su lucha contra las circunstancias en las que le tocó sobrevivir.
Dos brazos políticos se desarrollaron en Jamaica, el JLP y el PLP; casi como el negro y el blanco, el uno se odiaba con el otro y Marley en una posición más mística disentía de ambos poderes. Su posición neutral se vio como una amenaza, y sin decir de quién fue la autoría, una caravana del cantante fue víctima de un atentado con armas de fuego que logró herir a Bob pero dejarlo ileso de cualquier daño. El cantante lo tomó como un acto divino y dijo abiertamente que no estaba de acuerdo con las peleas entre hermanos, abandonó el país y se radicó en Londres donde finalmente desarrollaría su sonido -ya sin Bunny y sin Peter Tosh-. Le gustaba bailar, saltar y jugar fútbol; mantenía un cuerpo atlético y una alimentación sana a base de tés y comida natural; su única falencia en salud, se dio a causa de un accidental pisotón de un compañero con unos guayos; Marley se hizo revisar el pie y descubrieron tangencialmente un melanoma. Los diagnósticos eran mixtos. Se sabía que era un cáncer maligno y que algo debía hacerse; le recomendaron ir a Miami para un proceso de desarticulación de la cadera y amputación de la pierna afectada; otros aconsejaron amputar desde la espinilla para abajo; pero finalmente, aquel que sugirió una extracción parcial en el tobillo fue el escuchado. Años más tarde, con 36 años cumplidos, la pobre intervención de este mal se le extendió por todo su cuerpo llegando a órganos vitales y donde la quimio no tenía ya razón de ser. Suponemos que las grandes dosis de marihuana calmaban el profundo dolor de un cuerpo invadido por el cáncer pero lo que no se aclara es porqué no se trató esta maligna enfermedad como debió haber sido después de que fue advertida grave y letal.
El documental y la narrativa de Kevin Macdonald son hermosas. Una pieza increíblemente conmovedora así como rica y atractiva para cualquier melómano. Lo más interesante es la inquietante figura de Bob Marley que permanece como un profundo enigma al no poder definirlo como una figura paternal o como un empedernido conquistador, con más de siete cónyuges mujeres y alrededor de quince hijos reconocidos; como el resultado de un mestizaje entre blancos y negros, oponiéndose radicalmente a cualquier actitud radical social o política; conducido por su profunda creencia religiosa rastafari pero abandonando el hogar de sus hijos –Cedella y Ziggy– y doblegándose finalmente ante el tratamiento de una quimioterapia en las hélidas tierras alemanas cortando sus dreadlocks símbolos de su religiosidad y pureza.
Marley de Kevin Macdonald se encuentra en este momento en el portafolio de Netflix.