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Upstream Color

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Hablando de Primer y Shane Carruth, hace un buen tiempo está en Netflix su último largo llamado Upstream Color. Esta cinta llamó mi atención no sólo por concursar oficialmente en Sundance este año en la categoría de drama sino porque pareciera que gracias a ella se armó una nueva categoría en el festival para premiar el diseño de sonido que a la postre esta cinta ganó; puede ser sólo una gran coincidencia pero lo que si no es gratuito es precisamente esa rigurosidad sonora con la que Carruth enfrenta cada proyecto.

Carruth en Primer trabajó como hombre orquesta para manejar desde el montaje y el guión hasta la dirección y la producción pero más como gajes del oficio de realizar una peli independiente de bajo presupuesto. En Upstream Color claramente hay un progreso en el presupuesto, el equipo de producción se duplica y el reparto se empieza a hacer más reconocido -como por ejemplo la aclamada actriz y directora independiente Amy Seimetz protagonizando la historia-; sin embargo, Carruth continúa en su posición de multi-tareas dirigiendo, escribiendo, produciendo, editando (acompañado de David Lowery), diseñando la música y protagonizando la historia.

Upstream Color tiene un inicio chocante à la David Lynch, con unas desagradables imágenes de cerdos, larvas y jugos blancuscos. Sin mayor introducción somos testigos de una pequeña red de traficantes de drogas, un rapto y un ultraje, sino sexual, una violenta intromisión a la individualidad de una mujer de pelo rubio, cuya posición social es privilegiada. Un hombre entrado de lleno en sus cuarentas, le dice a la mujer que beba un producto blanquecino, que escriba y que le endose cheques de su cuenta bancaria; ella parece no tener ninguna objeción en su voluntad y lo hace calmando su ansiedad o su sed de escribir tomando cada vez más del misterioso brebaje. Justo cuando el Ladrón logra arrancarle todo su patrimonio, la desecha y se aparta.

La mujer (Amy Seimetz) en un estado latente de perplejidad, casi esquizoide, se va volviendo incapaz de relacionarse con otras personas hasta que encuentra a Jeff (Shane Carruth), un prominente corredor de bolsa que un día cualquiera desvalija la firma donde trabajaba mediante préstamos personales exorbitantes. La nueva pareja compensa sus falencias entre sí y se vuelven dependientes uno del otro; una interconexión extrasensorial con los marranos y sus crías descontrola la pareja y los deja con un sentimiento profundo de desasosiego, se vuelven sensibles al sonido y finalmente entendemos todo el ciclo completo de los narcóticos; anidando los puntos en común de sus historias, se empeñan en buscar al responsable de su crisis.

Lo que en principio parece una historia plana de un encuentro casual de dos personas en el tren y su relación casi metafísica cuando se miran por primera vez, es una densa y retorcida historia amenizada por una excelente fotografía y una maravillosa definición musical (tanto en partitura como en diseño de sonido). Las pistas que cada uno tiene de los responsables de sus desfalcos son provistas con escenas poco convencionales y con conexiones casi surrealistas mediante los nemátodos, los cerdos y el viscoso jugo blanco que nos mantienen inmersos en la trama durante toda la pieza. Carruth vuelve a atraparnos con una interesante historia y nos adentra en un mundo de narcóticos y pérdida de memoria que, como decía, son las arandelas de una profunda y estrecha relación de amor entre Jeff y Kris.

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