Qué gran decepción fue Sleeping Beauty. Los rumores de su baja calidad debido al poco revuelo en los festivales de Cannes y Sydney se hicieron realidad en una peli que como Paula define muy bien es “una pieza que quiso ser como Eyes Wide Shut pero que no la logra” y si partimos del hecho que la de Kubrick no es una buena peli entonces qué podríamos esperar de esta.
Obviamente, esta cinta, al igual que cualquier otra que lance la hermosa Emily Browning, será una cita obligada para mi y en esta digamos además que el público masculino podría estar más que satisfecho con sus profundos desnudos y sus encantadoras curvitas. Pero más allá de eso la peli no deja de ser un mal bostezo.
Julia Leigh para este proyecto es la ahijada de Jane Campion, ilustre neozelandesa ganadora del Oscar a mejor guión por The Piano e igualmente nominada como mejor directora para la misma peli y que ahora apoya la producción de la australiana pero digámoslo bien claro, el desempeño de Campion es más bien accidentado así como al parecer también es su criterio en la promoción de nuevos realizadores. Leigh es escritora también en esta cinta y trata de evocar un cuento de hadas de una joven y hermosa niña que es sumida en un sueño profundo por una bruja malvada, en este caso una madame de una casa de citas para que un grupo de oligarcas muy selecto y un tanto depravados aprovechen sin penetración sus desnudos sueños.
La historia se plantea muy bien y por lo mismo se generan expectativas inmediatas muy interesantes que sumados a la fotografía (Geoffrey Simpson) y la música (Ben Frost) prometen una pieza especial. Pero el nudo se demora demasiado en desarrollarse, casi que el resto de la pieza, y más que un desenlace de la trama, la escritora-directora nos pone un punto aparte en un lugar donde despertar del sueño es tan sólo lo más interesante. A mi parecer, Leigh desconoce el tema de un buen final abierto, que más que una interrupción en el diálogo propuesto por una pieza cinematográfica son unos puntos suspensivos que dejan abiertas mentes a variadas interpretaciones o finales alternativos. Leigh atenta contra el espectador mismo lo deja sumido en un abrebocas demasiado largo y demasiado corriente.