Tito Molina participa en el FICBAQ con una exhaustiva y minuciosa historia sobre una viuda en su diario vivir en Silencio en la Tierra de los Sueños. Molina, originario de Ecuador, logra una alianza con la productora alemana Weydemann Bros. y desarrolla un falso documental sobre esta mujer y su reciente difunto esposo.
El director y escritor, en un conversatorio al final de la cinta, nos explica que la actriz principal, Bertha Naranjo, es en realidad su madre y que de hecho la pieza comenzó en serio con la documentación de la muerte de su padre y de cómo ella lo iba asimilando; una cosa llevó a la otra y las figuras literarias, de ficción y de narrativa se fueron apropiando del guión y después de un extenso trabajo de producción, que se extendió a 18 meses de filmación, Silencio en la Tierra de los Sueños terminó volviéndose un argumental sobre la viuda, su vida en algún lugar recóndito de Ecuador y ese perro que la empieza a acompañar llenando el vacío de su eterno compañero. Molina nos presenta una pieza de profunda influencia escandinava, casi de neoexpresionismo alemán y nos fascina con su «larghetto».
La peli concursa en la categoría mejor producción iberoamericana y es una de las favoritas, gracias a su carismático tema y su absurdamente hermosa fotografía. Molina advertía que esta no era una cinta como otras, que había que dejarse llevar por la contemplación y la sensibilidad de las escenas para encontrarle ese verdadero ritmo que la hace un relato cinematográfico; sin embargo, ¿no es esta la función y nuestra búsqueda en cualquier cinta independiente? En lo particular, el requerimiento del director es un pleonasmo en un festival de cine independiente.
Por muy bonita que sea una fotografía, o muy conmovedora que sea una historia, se necesita mucho más que eso para ser una buena pieza cinematográfica; Tito Molina nos revela que Silencio en la Tierra de los Sueños fue compuesta como una sinfonía, y que de hecho en sus actos podemos encontrar, andantes, adagios y allegros narrativos lo que reafirma que el acto contemplativo que cumple el espectador no es para una pieza del séptimo arte sino, de pronto, una musical o mejor una plástica; no está mal en absoluto, es una experiencia y un experimento excelente pero de nuevo se autoaisla de las categorías en las que participa y se vuelve otra cosa. No obstante usando las mismas herramientas que nos ofrece el artista, Silencio en la Tierra de los Sueños no tiene retardantes (rallentando) o aceleradores (stringendo) de movimiento en movimiento; no es tan claro como la pieza está dividida en los andantes, adagios y allegrettos que se nos describen, a menos que sea una división increíblemente grande que da como resultado un también increíble número de pedacitos en la obra; la pieza parece ser más un gran y extenso larguetto con chispazos de andantes moderatos (soy cero especilista en el tema, y así suene como a Marcos Mundstock de Les Luthiers, todo es sacado de Wikipedia en su aparte explicativo al tempo en la música).
Así lo afirme Molina, su peli carece de los actos básicos definidos –en cualquiera que sea su orden– y más bien se asemeja a una gran y hermosa sonorización que mezcla y translapa un inicio, un planteamiento y un desenlace; más allá de las figuras cinematográficas, literarias, o musicales que su director quiso implementar, los semas se quedan cortos en la expresión de su pieza y sólo son explicados con las aclaraciones posteriores del realizador, lo cual desluce la naturaleza de la pieza donde usualmente no tenemos al creador para explicarnos sus intenciones, así estas sean reveladoras y abrumadoras.