Hoy en día se ha vuelto cliché la expresión «basado en hechos reales»; lo hemos escuchado frecuentemente en las cintas de terror aprovechándose de un rumor, un chascarrillo o incluso una mentira que se agrandó y se volvió leyenda, tal vez, porque de alguna forma deja el impulso en el espectador de que lo que está sucediendo en la pantalla puede seguir sucediendo en su realidad; pero igual hoy en día, no se puede confiar demasiado en esta frase porque puede simplemente ser un pretexto para distorsionarlo todo completamente. Es tan común, incluso demasiado, que la otra vez estaba viendo una de esas parodias donde rehacen material de otras cintas y al poner la oración «basado en hechos reales» se complementaba con otro par que decían “…sólo los personajes, eventos, nombres, lugares han sido modificados para la protección de los hechos y cualquier relación con la realidad es pura coincidencia“; en este momento no recuerdo el título de la pieza -lástima- un movimiento audaz y sin embargo pasó al olvido.
Snowtown, o The Snowtown Murders como también se le conoce a la peli de Justin Kurzel, está apoyada en los asesinatos de John Bunting, sucedidos en Adelaida, una ciudad al sur de Australia en la península de Fleurieu, a finales de los 90’s. En esta ocasión hubiéramos esperado de corazón que la frase «basado en hechos reales» se hubiera referido al cliché, en vez de conmocionarnos con su espantosa realidad. Una familia maltrecha, compuesta por una madre (Louise Harris) y sus cuatro hijos, vive en un suburbio pobre de la ciudad que es, sin embargo, catalogada como la quinta más grande de Australia. La madre y los vecinos, entre ellos John Bunting interpretado por Daniel Henshall, se reúnen a discutir problemas del barrio pero su nivel de tolerancia es bajo, su ignorancia es alta al igual que su nivel de alcoholización. Lo que parece un juego sencillo de exorcizar los demonios que rodean a Snowtown para Bunting es la excusa perfecta para alimentar sus fuegos y justificarse frente a todos y actuar, en contraste con la apatía de las autoridades. El bonachón de Bunting poco a poco va tomando al toro por los cachos y empieza a dominar la situación hasta llevarla a sus más profundos límites.
Ruda como ella sola, Snowtown tiene sin embargo una exquisita narración, en parte gracias a las cámaras de Adam Arkapaw, el montaje de Veronika Jenet y la reservada composición de Jed Kurzel que combinados ponen los pelos de punta. Justin Kurzel se introduce en la familia de esta madre, y Bunting que ha logrado filtrarse, para explorar no sólo su disfuncionalidad sino además para resaltar lo descompuesta que está a pesar de las apariencias. En esa forma es muy similar a Animal Kingdom de David Michôd e incluso podrían ambos darnos cátedra de ese nuevo movimiento que explora la violencia de los suburbios australianos a finales de los 90’s.
La historia de un asesino en serie puede ser abordada como terror sencillo o físico horror con escalofríos profundos hasta los tuétanos. Justin Kurzel logra proveernos la segunda opción gracias a la espeluznante actuación de Daniel Henshall. La pieza ganó FIPRESCI y menciones de honor en Cannes, además de Chicago y casi todos los círculos independientes de Australia. En este momento, está siendo rotada por Cinemax y Netflix, y si se tiene temple de acero es bien recomendada.