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The Old Man & the Gun

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Trabajar con Robert Redford debe ser uno de esos retos de vida o muerte para cualquier cineasta o actor que quiera trabajar al lado de él después de la institución en la que se ha convertido con el Festival de Salt Lake City en Utah.

Y sí, Adrian Lyne no quiere a cualquier multimillonario para hacerle una Propuesta Indecente a Woody sobre su esposa Demi, aunque Redford se interna en The Last Castle como un pequeño pillo haciendo una picardía menor, Rod Lurie sabe que no es una figura cualquiera y le toca ponerle un buen contrapeso con Gandolfini y Delroy Lindo; en 2001, Brad Pitt empieza a madurar y no quiere ser sólo una cara bonita en Hollywood, le pide a Redford su testamento, en una carrera de doscientos metros planos con relevos, y él se lo pasa sin miramientos en Spy Game de Tony Scott y finalmente para no alrgar demasiado esta pequeña hipótesis, lo mismo pasa con The Clearing de Pieter Jan Brugge que ‘amarra’ a Redford – para que no haga mucho de lo suyo o por el contrario para que se sienta completamente tranquilo de hacer solamente lo suyo: hablar – y le pone compensación a la balanza con Willem Defoe y Helen Mirren.

El Festival le debe quitar mucho tiempo y no es una estrella que esté dedicada a hacer demasiadas piezas al año pero desde 1993, ha logrado realizar, nada más en ese lapso, 20 largometrajes, o sea, qué locura de personaje! Y sin ser para nada exagerado, cada una está delicadamente escogida para hacer una obra rica en emociones, buenas líneas de diálogo y una buena actuación – en forma de paréntesis, ahora que está en voga Avengers: Endgame, no en vano considero a Captain America: The Winter Soldier como la mejor peli de toda la era, con un sólido antagonista, una historia creíble, con fondo, estructura y tampoco es un azar que Anthony Russo y Joe Russo hayan sido designados para hacer Infinity War y Endgame. Son los escogidos por Marvel y Disney para sellar su era, los que se atrevieron a ponerle un poco de seriedad a la saga trayendo a una leyenda y manejándola a la perfección -.

Lo que me parece loable (o tan loable como Los Hermanos Russo) es que este joven temerario como lo es David Lowery, haya logrado convencer a Redford de hacer una peli Pete’s Dragon y logre convencerlo para hacer otra como The Old Man & the Gun, un Western como en otrora, chapado a la antigua perfectamente delineado para ser exquisito. (De Pete’s Dragon hablamos después).

Un bandolero robabancos tiene destinado una línea de atracos a bancos por todo el «Bible Belt» hasta llegar a Missouri al gran banco de St. Louis, La Reserva Federal. Planea retirarse después de ese gran golpe si es que lo permite el aguacil John Hunt que está a la cacería del peculiar bandido. Lowery, en extensión de su juego de Western pone al bandolero en un dilema, sobre lo bueno y lo malo. Para hacer contrapeso por el lado bueno está Casey Affleck, joven actor veterano de La Academia con Manchester by the Sea pero que se ganó mi adoración con The Killer Inside Me de Michael Winterbottom; por el lado malo, sus rufianes son el queridísimo Danny Glover y el espectacular Tom Waits. No le basta a la pieza nada más sino agregarle que está basado en una historia real de unos viejos pedorros, particularmente flemáticos y súper bizarros para que a esa altura de la vida sigan pendejiando con ideas de robos y atracos.

Como si fuera poco, al malhechor se le suma la historia de conquista de su damisela; la hermosa Sissy Spacek no podía ser otra que la pareja de Robert Redford.

¿No es suficiente invitación para verla, además de decirles que es una muy buena pieza de «heist-movie», «road-movie», western y de romance, ambientada perfectamente en el gobierno de Reagan como a mediados de los 80’s, con los colores y tomas propias de la época? Bueno, seguro que si les digo que para robarse un beso de la chica tuvo que esperar el momento adecuado, tal como lo haría con su banco y que saldría con éxito de la aventura, no habría cómo no adorar esta cinta.

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Upstream Color

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Hablando de Primer y Shane Carruth, hace un buen tiempo está en Netflix su último largo llamado Upstream Color. Esta cinta llamó mi atención no sólo por concursar oficialmente en Sundance este año en la categoría de drama sino porque pareciera que gracias a ella se armó una nueva categoría en el festival para premiar el diseño de sonido que a la postre esta cinta ganó; puede ser sólo una gran coincidencia pero lo que si no es gratuito es precisamente esa rigurosidad sonora con la que Carruth enfrenta cada proyecto.

Carruth en Primer trabajó como hombre orquesta para manejar desde el montaje y el guión hasta la dirección y la producción pero más como gajes del oficio de realizar una peli independiente de bajo presupuesto. En Upstream Color claramente hay un progreso en el presupuesto, el equipo de producción se duplica y el reparto se empieza a hacer más reconocido -como por ejemplo la aclamada actriz y directora independiente Amy Seimetz protagonizando la historia-; sin embargo, Carruth continúa en su posición de multi-tareas dirigiendo, escribiendo, produciendo, editando (acompañado de David Lowery), diseñando la música y protagonizando la historia.

Upstream Color tiene un inicio chocante à la David Lynch, con unas desagradables imágenes de cerdos, larvas y jugos blancuscos. Sin mayor introducción somos testigos de una pequeña red de traficantes de drogas, un rapto y un ultraje, sino sexual, una violenta intromisión a la individualidad de una mujer de pelo rubio, cuya posición social es privilegiada. Un hombre entrado de lleno en sus cuarentas, le dice a la mujer que beba un producto blanquecino, que escriba y que le endose cheques de su cuenta bancaria; ella parece no tener ninguna objeción en su voluntad y lo hace calmando su ansiedad o su sed de escribir tomando cada vez más del misterioso brebaje. Justo cuando el Ladrón logra arrancarle todo su patrimonio, la desecha y se aparta.

La mujer (Amy Seimetz) en un estado latente de perplejidad, casi esquizoide, se va volviendo incapaz de relacionarse con otras personas hasta que encuentra a Jeff (Shane Carruth), un prominente corredor de bolsa que un día cualquiera desvalija la firma donde trabajaba mediante préstamos personales exorbitantes. La nueva pareja compensa sus falencias entre sí y se vuelven dependientes uno del otro; una interconexión extrasensorial con los marranos y sus crías descontrola la pareja y los deja con un sentimiento profundo de desasosiego, se vuelven sensibles al sonido y finalmente entendemos todo el ciclo completo de los narcóticos; anidando los puntos en común de sus historias, se empeñan en buscar al responsable de su crisis.

Lo que en principio parece una historia plana de un encuentro casual de dos personas en el tren y su relación casi metafísica cuando se miran por primera vez, es una densa y retorcida historia amenizada por una excelente fotografía y una maravillosa definición musical (tanto en partitura como en diseño de sonido). Las pistas que cada uno tiene de los responsables de sus desfalcos son provistas con escenas poco convencionales y con conexiones casi surrealistas mediante los nemátodos, los cerdos y el viscoso jugo blanco que nos mantienen inmersos en la trama durante toda la pieza. Carruth vuelve a atraparnos con una interesante historia y nos adentra en un mundo de narcóticos y pérdida de memoria que, como decía, son las arandelas de una profunda y estrecha relación de amor entre Jeff y Kris.

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