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The House That Jack Built

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La triste historia de Lars Von Trier es que, desde su metida de patas en Cannes de 2011, ahora parece un chiquillo, un pendejo, un culicagao, tratando de llamar la atención y no lo consigue.

Esta “Casa que construyó Jack” está muy lejos de sus obras en la década de los 90’s (Breaking the Waves, Idioterne) o los 2K’s (Dancer, Dogville, Antichrist) -que personalmente es mi época favorita-. Tal vez, si somos más precisos, Jack podría encajar muy bien con Manderlay; una extraña versión de Dogville reeditando esa maravillosa figura del escenario teatral «cuasi-becket-iano» pero con una historia forzada, de narrativa repetitiva, pobre y ciertamente nada especial; ese lapso del creador que repite sus pasos para poder tomar impulso y tratar de desenredar el nudo o de dar reversa para salir del callejón sin salida le funcionó en 2006 y dió a luz su bellísima Antichrist o incluso Melancholia; en 2018 esperamos no sea un paso en falso y en vez de controvertir por controvertir, de enlodarse en lo iconoclasta de su propio discurso, tengamos luces de algo más interesante de ver.

Jack es un arquitecto que ha empezado un proyecto de construir su propia residencia. Un proyecto que llama la atención en esta ocupación pues, en diseño, los intereses del autor a veces sólo se dan rienda suelta (1) cuando se está estudiando en la academia pero generalmente nunca se aprovechan esas oportunidades o (2) cuando alejados de los proyectos de la rutina laboral, se encuentra un espacio y presupuesto para dedicarse a un proyecto personal.

Este es un planteamiento bien bonito para la metáfora de su génesis como asesino en serie. La metáfora toma giros, se extiende y se va desarrollando pero con el error que el ritmo se va perdiendo, la emoción de tener a Bruno Ganz como narrador en «off» se diluye y los demás artistas conforman un mosaico -como su casa- bastante grotesco y no en el buen sentido.

Es raro ver ese lado maniqueista católico apostólico en el realizador. Me tomó por sorpresa y de la nada. Sin estructuración. Sin desarrollo. Sin fundamento. Como peli, lo mejor es el marca de la casita -hablando de cine y lo más rescatable es un comentario de diseño-. En serio, la locomotora del cine danés pasó y lo arrolló a Lars: !Pobrecito¡

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Das Schloss

Sólo mi ignorancia podía ser tan grande como para descalificar esta peli. Me explico. Mi primera impresión fue que la cinta quedó truncada al final en un acto intelectualoide del director que se me escapaba a mi percepción. Pues bueno, la peli es así porque es fiel a la obra de Kafka que quedó inconclusa por su muerte y esto lo vine a saber después investigando. ¡Ah bestia!

La historia es medio fantástica, una fábula de una situación hipotética donde un pueblo es dominado por la burocracia y la esclavitud. Me evocó a Lars von Trier y su Dogville, menos teatral pero con la misma encantadora narración y temática. Michael Haneke, su director, recurre a una figura reiterativa, bastante graciosa, hasta prosaica diría yo, en la que repite y describe constantemente la escena y los personajes. Ulrich Mühe (Funny Games, My Führer, Das Leben der Anderen) interpreta a K. un agrimensor (que mide las tierras en el agro – también me tocó buscar esto :P) que llega al pueblo pero que no tiene permiso de quedarse. Su actitud contestataria, crítica o inconforme frente al statu quo promueve un inconformismo general en el pueblo y la omnipresencia de la sentencia de los habitantes del Castillo se siente en una delicada muestra de servilismo.

La situación es bien interesante y el director del cuál ya hemos referido Funny Games U.S. y Das weisse Band se empieza a ganar mis afectos. Sus planteamientos socio-políticos son crudos, sus dramas son apenas tangibles a simple vista pero detrás hay un desencadenamiento de relaciones interpersonales, conflictos morales y culpas sostenidas. Un gran director del cuál empiezan a llegar piezas a Cuevana y que poco a poco iremos revisando cada una.

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