Así como hay campo para las novedades, también hay campo para los clásicos de todo género. Por eso, nos hemos encontrado en el blog con The Little Shop of Horrors, Attack of the 50 Foot Woman, The 300 Spartans o incluso pelis de culto como 12 Angry Men, Network y Fahrenheit 451.
Esta ocasión el turno es de nuevo para Truffaut y sus cuatrocientos golpes de 1959. Hay mucho cine que me hace falta por ver pero no hay afán, siempre habrá un domingo de arrunche, un lunes de desparche o simplemente un día cualquiera con ganas cinéfilas para ponerse al día en tanta historia que hay por estudiar.
Lo primero que llama la atención de esta notable historia es que sea autobigráfica. Truffaut entre planos y secuencias explota su niñez problemática y llena de apuros. Una dura realidad para el gamincito francés que a finales de los ’50 experimentaba el debacle de la sociedad moderna donde los padres tenían dos o tres trabajos, la educación no era motivante y sin más recursos que los llamados de atención porque no se animaban a reconvenir físicamente a los muchachos; esta juventud simplemente se les escapaba de las manos como un puñado de arena. Es triste ver como la crítica de Truffaut se adapta perfectamente a nuestra sociedad actual y descubrimos que podríamos enfrentarnos a una delincuencia infantil sin precedentes porque la dura economía, los argumentos de que una persona no es pobre si logra conseguir en el mes un sexto del salario mínimo, el mal estado de la educación donde se la busca volverla un negocio y, finalmente, la ignorancia de los padres más por inocencia de su prematura juventud que por otra cosa, nos lleva a la conclusión que así como Antoine Doinel tendremos unos tantos Jeffersons, Harveys, Wilsons, Mateo Albertos o Miguel Ernestos perdidos en la jungla de las calles de nuestras grandes ciudades sin mucho más que la contemplación de los responsables y la incapacidad de los más preocupados. La historia es mucho más que conmovedora y un gran aporte a la cinematografía donde seguramente no había escuelas de actores tan sofisticadas como ahora y la mayoría de su reparto eran actores naturales. Actores que como Jean-Pierre Léaud quien interpreta a Antoine Doinel con una madurez avasalladora se convierte en una gran estrella de cine que incluso hoy en día mantiene su carrera del lado independiente y de autor con Aki Kaurismäki en su más reciente Le Havre.
Ya habíamos dicho que los ritmos y la forma en sí de narrar antiguamente no necesariamente debía ser atractiva para los ojos contemporáneos. En el caso de los cuatrocientos golpes, no sólo son particularmente graciosos sino que dejen comparar esa inocencia del niño con la misma inocencia del realizador y sus trucos un tanto torpes a la hora del diseño de sonido o el mismo montaje -recordemos que esta pieza es el final de la ópera prima del autor-. Se siente el placer del realizador, experimentando en cada secuencia tal vez la más reveladora, entre muchas otras, es la escena del teatrino, donde se explaya en las sonrisas de los niños que se divierten en una obra de títeres; niños que como repetimos son inocentes de las grandes culpas y responsabilidades de la sociedad que sin más ni más se enfrentarán en un momento dado a un juez que les proferirá un castigo arbitrario en un centro de observación para jóvenes, centros de descomposición más que de corrección. Jacque Fresco, si recordamos Future by Design nos recuerda que el sometimiento de algunos ciudadanos a la cárcel o a las instituciones mentales como métodos correctivos deslucen de nuestra definición de civilización, apartar el problema en vez de enfrentarlo y solucionarlo es parte de los errores con los que vivimos hoy en día.
La peli me gustó mucho tanto por la sobriedad del tema llevado muy bien en planteamiento, nudo y desenlace. Una forma clásica de concebir el cine pero una forma de la cual todos deberíamos aprender un poco para entender que en las historias sencillas, se encuentra la gracia de nuestros contadores de historias. Les quatre cents coups de François Truffaut lejos de ser pretenciosa esclarece y testifica una forma de hacer cine, una forma de interpretar la vida y una idea de hacer crítica a través de un arte que se ha vuelto de entretenimiento pero que lejos del esnobismo intelectual puede llegar a ser atractiva, intensa y muy interesante.