El viernes pasado se estrenó por fin una de las pelis que más ansiedad me había generado en los últimos meses, El Páramo. La primera vez que escuché de ella fue a través de una entrevista que le hice a Esteban Orozco (escritor del Diablo) donde discutíamos el interés de los realizadores colombianos por el género del thriller y el terror pero sobre todo cómo el público colombiano había recibido con aceptación un refresco en el género al que el mismo cine local nos había sometido. La idea no es seguir haciendo cine de izquierda que sólo hable de la situación socio-política de Colombia, la idea es que nosotros somos narradores por excelencia pero nuestra negación al folclor nos ha llevado a tratar de copiar fórmulas extranjeras que no necesariamente terminan siendo de la misma calidad o por lo menos se pierden en esa intención.
El Páramo es una peli muy interesante sobre un escuadrón de infantería del ejercito que debe tomar posición sobre unas instalaciones localizadas a 4.600 metros de altura, donde una facción parecida había pedido auxilio unas semanas atrás. Las condiciones geográficas colombianas de dicho punto se definen bajo las de un páramo; un punto donde escasea el oxígeno, el frío es muy agresivo y donde la niebla domina el sector la mayor parte del día. La peli trata con destreza la desorientación de este grupo de militares perdidos en estas condiciones agresivas, recluídos sin paredes y dominados por el miedo y la culpa de sus acciones en la guerra. Sin ser el centro de atención, la peli aborda sutil y elegantemente un conflicto más duro, más crítico y creo que es allí mismo donde la historia es genial. Estos soldados ya no son militares, ya no son guerrilleros, ya no son paramilitares. Son agentes de guerra y horror que viven cada día con sus conciencias. El director nos presenta el terror, crudo y desgarrado pero no de un enemigo neutralizado por las noticias amarillistas de nuestros canales de TV, o el descrito en comunicados por los altos mandos militares; el enemigo acecha y está dentro de nosotros mismos, es primo de la violencia, la idiosincrasia y la insensibilización del conflicto.
Las circunstancias de creación de una peli colombiana permiten naturalmente unas especificaciones que uno podría sólo advertir en el cine de autor. Las productoras de cine en las industrias del mundo toman un guión, lo revisan con su equipo de escritores interinos, lo presentan a los agentes, convencen a los directores, contratan un reparto y se empieza a rodar. En Colombia, el que sueña con cine escribe una historia, la revisa con sus amigos, se financia, busca actores, a veces se filma un piloto, se vuelve a ajustar el guión, se busca financiamiento y si al final del proceso hay plata se termina de filmar pero generalmente es el realizador el que enfoca la peli. El crisol es interesante porque permite un experimento y unas libertades que tienen la potencia de ser piezas cinematográficas notables, no sólo en Colombia sino en el mundo mismo. Pero la verdad ha venido siendo otra, a veces el presupuesto mata la mayoría de los proyectos, las productoras y distribuidoras adoptan estos prototipos y los moldean a sus propios intereses, y al final son sólo muy pocas piezas las que terminan siendo honestas y originales.
El Páramo es ópera prima de una calidad sobresaliente. Logra desarrollar la historia fluidamente planteando el conflicto muy temprano, desarrollando la trama sin mucho afán y el desenlace se resuelve inesperadamente para el espectador pero consistentemente con el resto de la historia. Me gustó mucho el diseño de sonido y, aunque se abusó demasiado del recurso en primerísimos planos, las cámaras y dirección de fotografía de Alejandro Moreno fueron muy interesantes en la peli porque mantuvieron esa tensión al máximo, aunque hay que decirlo, la producción es bastante onerosa por las largas jornadas de filmación en esta locación que las tomas apenas si la mostraron; pudieron haberla filmado gran parte en un estudio y no nos hubiéramos dado cuenta. Finalmente, Osorio toma una decisión que es el verdadero éxito de la cinta al resolver no poner caras famosas en su escuadrón. Sus actores en el primer fotograma nos afirman que son soldados, no hay nada que explicar y se les cree de facto esa afirmación. Esto ahorra mucho tiempo vital en la atención del espectador. Obviamente, estamos frente al terror y algunos desempeños son exagerados pero el director supo lograr ese balance tan delicado para poder guiarlos hacia donde él quería. No es fácil y es el principal de mis elogios en la producción.
Hay detallitos que quedan sueltos en la trama, no son demasiado graves, repito es una ópera prima, son de ponerle atención y ser objetivos la próxima vez pero al final son los que le quitan brillo a la pieza. Me hubiera gustado que el director abordara de lleno este género en su siguiente proyecto pero los rumores dicen que se lanza a un romance. Por ahora le deseo una excelente taquilla y desde ya quedamos expectantes de lo que se venga con su rúbrica.