De nuevo aparece Haneke en los Oscar. Otra vez como favorito en la categoría mejor peli extranjera pero además, este año, redondea con otras cuatro nominaciones: mejor peli del año, mejor guión original y mejor actriz principal para Emmanuelle Riva -de este pequeño resumen sólo me queda acotar que si Riva está nominada por una soberbia actuación, Jean-Louis Trintignant no se queda atrás y debiera también estar en el ramillete de calificados a mejor actor; de ser así, dentro de los cinco por ahora me sobraría Bradley Cooper-. Si Trintignant hubiera sido nominado, Amour sería mi favorita para ganarse los «Big Five».
Amour es una dolorosa narración de dos viejos que se adoran y viven tranquilos en un apartamento de París hasta que un día Anne se queda mirando al infinito y parece no estar consciente del entorno por unos instantes. Georges le habla, la llama, abre el agua del lavaplatos, moja un trapo y le aplica una compresa de agua fría y ella no responde. Se angustia, no sabe qué hacer, va a cambiarse para pedir ayuda pero justo entonces Anne reacciona y vuelve en sí. La genialidad de Haneke está en que a partir de ese momento y hasta el desenlace no sucede mucho más pero su narración solemne, contemplativa y casi de voyeur nos sumerge en una relación empática con estos dos personajes. La música no es importante, la decoración no es importante, los personajes secundarios no son importantes, la fotografía no es importante tan sólo este par de viejos amantes desolados, con sus miedos y sus angustias son lo importante en la extraordinaria historia de Haneke. -No me malentiendan, el realizador audazmente utiliza el silencio de los cuartos con un «boom» en primerísimo plano; el escenario es un apartamento perfectamente reconocible como parisino y de un par de octagenarios acomodados en una clase media alta; la participación de la empleada, el casero, el concertista e incluso la hija y el yerno aparecen en dosis pequeñas pero increíblemente bien sumistradas; las cámaras dispuestas en planos generales con planos secuencia redondean unos largos y profundos diálogos entre los personajes, muy parecidos a los picos carcterísticos de Steve McQueen en Hunger y Shame; todo esto para al final realzar la enternecedora relación entre este par de amantes-. Amour es esa llave del agua del lavaplatos que se quedó abierta de principio a fin de la peli; es evidente, es molesta, es angustiante, es consciente del paso del tiempo y es relajante cuando por fin se cierra.
Michel Haneke es un veterano austriaco que ya hemos revisado en este blog (La Pianiste, Das Schloss, Das weisse Band, Funny Games (y su versión norteamericana Funny Games U.S.). Tal vez no hayamos podido ahondar más en su portafolio para poder identificar más detalles de su ingenio pero las piezas que hemos podido observar dan fé de su audacia como escritor y como director. Junto con grandes del cine alemán, Haneke continúa en esa antítesis del neoexpresionismo frente al vertiginoso sistema de comunicación del cine comercial. Amour es una apuesta impecable de gracia, agudeza así como de suficiencia y habilidad. Lo que podría llegar a ser un acartonado retrato termina siendo un grotesco cuadro impresionista.