Roberto es un huraño que vive es Baires gracias al negocio que heredó de su padre, una ferreteria. Está solo pero no quiere tener a nadie a su lado tampoco, perdió toda capacidad y destreza para relacionarse con el mundo exterior a no ser que sea a punto de mierdazos y putadas. Y si, a través de esa grosería, que es su existencia, está un hombre bueno que aún tiene amigos, queridos y pretendientes.
Esa es la base de Un cuento chino de Sebastián Borensztein. Para continuar es preciso decir que un «un cuento chino» coloquialmente significa, un cuento traído de los cabellos, una historia inverosímil. Lo decían las abuelas cuando uno sacaba una excusa tan reforzada que era una ofensa para con ellas subestimando su inteligencia. La historia de Roberto se entrelaza entonces con la de un inmigrante chino de una forma muy inverosímil; creerse el cuento es parte de la apuesta del director que le apunta al humor sencillo, al drama y a la historia traída de los cabellos. Un joven chino huye de su país natal cuando su novia casi prometida es muerta por una vaca flotante. Sus únicos parientes viven en Argentina por lo que emprende un viaje en barco hasta Baires y allí tomando un taxi se topa con Roberto. El uno no habla español, el otro no habla chino y empiezan a comunicarse por señas.
La peli me llegó recomendada por Tomás Cerón y por Juan Muñoz y me atrapó inmediatamente con el tema. Mi abuelo era ferretero, más bien tenía un taller de ferretería donde reparaba grecas cerca al barrio San José, en el centro de Bogotá. Hablar de cuentos chinos también es hablar de este viejo que crió a sus hijos dentro de ese taller (incluso uno de ellos nació al lado, en la fábrica de harina vecina, cuando aún vivían cerca al taller) y allí les enseñó matemáticas, mecánica, ciencias naturales y hasta filosofía. Se hacían llaves con una limadora de manivela, resortes para resistencias, tornillos y se recibía cualquier electrodoméstico que estuviera dañado. Al final, la imagen del taller del viejo era más cercano a Micmacs de Jean-Pierre Jeunet que al negocio de Roberto mucho más pulcro e iluminado pero igual las coincidencias son grandes, el viejo se iba a la casa cumpliendo una serie de meticulosidades extravagantes como los dos candados de las puertas, las rejas y su cervecita en la tienda de la esquina. Se nota que Borensztein o Ricardo Darín que interpreta a Roberto, hicieron un muy buen trabajo de campo.
Al final sólo puedo decir que cuando el argentino se propone contar una historia y lo hace con juicio, el relato queda muy entretenido. Se me quedan en el tintero muchos directores pero pueden ser ejemplo de pronto Subiela, Campanella o Carlos Sorin. Esta peli además es complementada con una composición musical orquestada de manera muy clásica y una cinematografía muy costumbrista casi como ver un clásico del cine argentino donde lo verdaderamente importante es Roberto, su pretendiente (Muriel Santa Ana) y este chino (Ignacio Huang) con el que uno sufre y goza mucho.