
Cuando escuchamos que una cinta danesa se acerca a nuestras carteleras, nos preparamos para un momento inquietante y perturbador -a menos claro que estemos hablando de la melodramática y exasperante Susanne Bier-. Somos grandes aficionados del cine de este país nórdico cuyo sinonimo en nuestra cultura eran los vikingos y su barbaridad. Pero Dinamarca lejos está de ser barbárica en su cine, por el contrario es cuna de mentes sofisticadas que exponen grandes dramas, historias guturales o melódicas composiciones de lo más profano de sus psiques. Ejemplos, hay por montones, Nicolas Winding Refn es uno, Henrik Ruben Genz, Ole Christian Madsen o el mismísimo Lars Von Trier que de la mano de Thomas Vinterberg crearon el movimiento Dogma 95.
La última vez que supimos de Vintenberg fue en 2010 con Submarino y el año pasado logró muy buena prensa con Jagten al llevarse mejor filme en los British Independent, mejor guión en los European y mejor actor, premio ecuménico del jurado y mejor técnico (Charlotte Bruus Christensen) en Cannes además de estar nominado a la Palma de Oro -aún no he visto Reality de Matteo Garrone pero tiene que ser excepcional para haber batido a Jagten en esta última categoría-.
Mads Mikkelsen protagoniza Jagten como un dulce profesor de pre-escolar que vive una vida solitaria después de haberse separado de su esposa y de pelear por la custodia de su hijo de 15 años que aún vive con ella. Su existencia tiene algo de sosiego a medida que su trabajo es su dicha, sus amigos lo acompañan, un amor aparece y recibe las tan esperadas noticias por parte de su hijo que decide vivir con él; pero esta suerte cambia radicalmente cuando una mentira inocente va abriéndose camino vorazmente en el pueblo donde habita. Mikkelsen es acusado de abusar sexualmente de un menor.
Vintenberg no gusta del cine de género, sus cintas al igual que las de Von Trier son dramas viscerales, incómodos, plenos y sin rodeos. En esta ocasión la vida de su protagonista pende de un hilo que se sostiene sólo por su honor, su orgullo y la tozudez de pelear contra el que sea para conservar su dignidad a toda costa. Me encanta que no hayan jugado en mercadeo con el nombre de la pieza, la época escogida tiene multiples lecturas en sus tropos. El final del otoño desemboca en el solsticio de invierno (23 de diciembre) y en adelante continúan las acostumbradas festividades decembrinas católico-cristianas, con su apogeo más grande el 25 de diciembre.
El pueblo donde vive Mikkelsen se caracteriza por estas profundas creencias religiosas y aunque en principio el sistema está muy bien preparado para atender una alerta sexual como la presentada en la historia, su arquetipada forma de pensar y su intolerancia agravan el rechazo y la soledad del profesor, que con su revés, se acentúa en Nochebuena, con el frío de la primera nevada, las luces apagadas y una apatía intoxicada ligeramente con whisky. Invierno es además el inicio de la temporada de caza que proporciona un símil escalofriante entre el venado y Mikkelsen versus los cazadores y el pueblo; en el limbo de la culpa, consumidos por la duda, los locales parecieran tener licencia de caza y la única defensa que parece encontrar Mikkelsen es permanecer altivo, con la frente en alto esperando que el siguiente disparo también falle.
Los cazadores obtienes sus licencias cuando son muchachos, en el paso de la adolescencia a su adultez; esta última ceremonia es la que más aterroriza al afable profesor. Su hijo ha demostrado con creces que tiene sus valores morales y éticos intactos y es capaz de pelear por ellos; el problema es que cuando lo hizo se enfrentó a mano limpia y recibió de la misma forma una retribución de su impertinencia. En el día de sus 16 años, sin embargo, su hijo recibe la aceptación del pueblo y de ahora en adelante es dueño de su propio rifle que significa que tiene voz y voto. Imagino que por la cabeza del profesor pasarán todas las encrucijadas posibles en las que su hijo se vea empuñando esa arma contra esa sociedad retrograda y chapada a la antigua cuando él o ellos no estén de acuerdo.
Jagten es exquisita en sus actuaciones, en su partitura original y en su guión que nunca deja de sorprendernos. Vintenberg no usa trucos para llamar nuestras emociones, tiene un mazo de cartas y nos las va aventando, una a una, a medida que avanza la cinta. Constantemente. No para. Crea sensaciones a punta de pequeños pasitos y aunque todo el tiempo estamos súper tensos logra extraernos risas de un humor profundamente negro. Somos manipulados, somos llevados por su mano en un sinuoso waltz que el realizador ha compuesto magistralmente para nosotros. Pero Jagten también es extremadamente bonita en su fotografía, contrastado con la pestilencia que domina el pueblo donde habita el profesor; siendo finales de otoño, Charlotte Bruus Christensen, su directora de fotografía, vuelca la cinta hacía unos tonos cálidos dominados casi en su totalidad por la gama de amarillos y ocres; además, prueba constantemente con primeros planos llenos de hermosas texturas, abordados con sofisticados y pequeños movimientos de encuadre, que nos acercaban al gesto de los actores en momentos de mucha tensión sólo para enfatizar o acentuar el momento -un detalle de fina coquetería que paga la boleta completamente-.
Hacerle psicología del color a esos amarillos también es súper válido y congruente con la pieza que nos presenta Vintenberg. Jagten es definitivamente una producción para no dejar pasar.
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