Siempre será un gran placer ver una peli de Brian De Palma por sus intrigas, sus cámaras, sus actores. Obviamente, me gustan más sus thrillers de suspenso donde estos tres ingredientes se vuelven más efervescentes pero una mañana de lunes festivo recibe perfectamente una tragicomedia como The Bonfire of the Vanities.
Basada en la novela del mismo nombre de Tom Wolfe -que no me leí-, De palma nos relata, en una narración no-lineal, el ascenso de un periodista (Bruce Willis), que en el ostracismo de su profesión causado por su propia decadencia, se topa accidentalmente con un favor político para un reverendo del Bronx. Dicho favor tiene que ver con dar a conocer de manera amarillista los detalles del evento en el cual un joven vecino del Bronx queda en estado comatoso gracias a que un Mercedes lo atropella en medio de la noche y huye. El carro es propiedad de Sherman McCoy (Tom Hanks) y es manejado por Maria Ruskin (Melanie Griffith), su amante.
Acumulados en la pira se encuentran el interés político, la codicia, la manipulación, el parasitismo, la frialdad, la justicia y la verdad. Todos muy bien organizados para que Peter Fallow, el periodista, se encargue de dar una chispa y prender toda la hoguera.
Divertida, con unas cámaras muy buenas y un ritmo pausado De palma nos vuelve a sorprender (bueno, que nos vuelva a sorprender es un decir, esta peli es de 1990 y hasta Kirsten Dunst sale como una infante, lo que quiero afirmar es que topársela en un día cualquiera es un grato accidente). Al parecer la crítica no fue muy galante con la pieza y lo único que logró fueron puras nominaciones a los Razzie pero, en serio, es un buen momento de esparcimiento. Mi única queja es la casi absoluta falta de acompañamiento musical en la pieza, el director nos tiene acostumbrados a grandes orquestaciones, o inquietantes solos de bandoneón, aquí un par de toques juguetones por allí pero prácticamente desnuda el resto de la cinta.