
Con Roa yo no empezaría diciendo -como lo hacen sus afiches- que es dirigida por la misma persona que hizo La cara oculta, una peli mediocre que muestra el crecimiento como realizador de Andi Baiz -como se hacía conocer el director- después de Satanás y ya. No, para mi, Andrés Baiz -como se hace llamar ahora- tiene un inicio fresco de ceros con Roa y está lejos de parecerse a su antecesora.
Roa es una peli comercial que demuestra una gran y moderna producción. Una inmejorable fotografía retratando melancólicamente esa Bogota hermosa de los años 40’s, con una paleta cálida, a veces tirando a los ocres tostados, otras veces a los rojos intensos. Su responsable es Guillermo Nieto un experimentado director de fotografía argentino que logró encontrar una emotividad acorde a ese lema, casi lastimero de, “los perdedores también escriben la historia” para transformarlo en algo más humano y cercano. Varias veces quedé gratamente sorprendido frente a su sensibilidad y su aguda mirada. Definitivamente un gran acierto en la producción. Otro factor loable en Roa es el diseño de producción y la acuciosa dirección de arte, ambas responsabilidades de Diana Trujillo. Un gran trabajo ambientando delicadamente la vida de este personaje humilde en una idiosincracia casi de pueblo, en los barrios populares de esa Bogotá. Seguramente y de la mano de los directores de vestuario, de escenografía y de locaciones lograron darle el marco perfecto de desarrollo para que todos los actores se transladaran a otra época y fuera más fácil su desempeño.
Finalmente, y lo que definitivamente podría terminar de pagar la boleta es Mauricio Puentes, protagonista de la historia e intérprete de Juan Roa Sierra. Puentes es una cara desconocida en nuestro medio pero encontré en Vive.in que logró incursionar en la TV a los 11 años en un programa llamado Reporteritos -si mal no estoy los sábados o domingos a las 7AM hace como veinte años atrás-; se aprendía los diálogos de las telenovelas y terminó interesándose por el teatro. Buscó su oportunidad en el Teatro Libre de Bogotá pero finalmente terminó trabajando con Fabio Rubiano, antes de dedicarse a ser doble de películas y series de TV. En IMDb aparece un perfil vacío pero trabajó en un papel pequeño de La Virgen de los sicarios de Barbet Schroeder hasta que conoció a Baiz y encarnó a un indigente en Satanás. Para Roa, Baiz cogió a Puentes, lo sermoneó, le dio terapia por un buen tiempo y lo convenció de ser su protagonista porque el actor no creía que podía lograr semejante responsabilidad. A fuerza de pura entrega y motivación, Mauricio Puentes logra un papel desgarrador, muy conmovedor y muy bien desarrollado. Afirma que si esta es su última peli se sentiría igual muy orgulloso, la evolución de ser un extra o un doble a inmediatamente ser protagonista lo tiene completamente anonadado. Ojalá tengamos más noticias de este joven actor.
Pero no todo es color de rosa en Roa. Grandes errores se cometen en la producción y terminan dañando el buen promedio de la cinta.
Por un lado la historia. Roa debió haber sido la historia del hombre humilde que vivió en la época del Bogotazo y que terminó linchado por la turbamulta enardecida. Su relación con Gaitán debió ser más anecdótica y circunscrita dentro del magnicidio. Por el contrario, se establece un paralelo innecesario entre la vida de Jorge Eliécer Gaitán y Roa Sierra. Una comparación odiosa, melindrosa y con un tufillo de envidia que nada bien le hace a la trama. Muchas veces hemos hablado en este blog que a Colombia le hacen falta relatos sencillos, del día a día -no importa si son de guerra, del narcotráfico o la violencia- que tengan una carga de humanidad o sean drama cotidianos y de cercanía con nuestra cultura. El motor de Roa en el magnicidio no debió ser su anhelo de ser como el caudillo sino la profunda impotencia de no ser más que un mantenido por su esposa y de no poderle ofrecer un futuro a su hija -con un epílogo de sus familiares huyendo y desapareciendo de la faz de la tierra por temor a ser vinculados en la muerte de Gaitán-. Pedro Adrián Zuluaga define a Roa como “una estetización abyecta de la pobreza y de la violencia” en vez de una narración entorno a “…dos excluidos, dos hermosos derrotados, que mediante un crimen espectacular intentaron ingresar en las corrientes de la historia, cada uno a su manera y con móviles distintos” (refiriéndose a Juan Roa Sierra y Campo Elías Delgado). Tal vez eso fue lo que se le escapó a Baiz en su guión, tal vez su perspectiva se vio obnubilada por el asesinato de la figura pública y se le olvidó que su historia trataba más sobre el perdedor.
Y remata Baiz con sus malas decisiones técnicas. La más grave de todas, vincular a Santiago Rodríguez como representante de Jorge Eliécer Gaitán. El director afirma que vio en Rodríguez una cercanía muy fuerte al fenotipo del líder liberal. Su error tal vez fue de confianza porque intentó hacer lo mismo de Puentes y tomó por sorpresa al comediante, que no acostumbra a hacer papeles dramáticos. Le contó de su parecido físico y de lo que él podría llegar a ser. Rodríguez no estaba convencido pero escuchó al director y emprendió semejante empresa con la diferencia que su actuación fue infame y terminó siendo una caricatura más de este bufón que tiene todas las carencias posibles en el desempeño histriónico. No tuvo desarrollo de personaje, no articuló el tono y lo peor sus discursos enmarcaban una mueca de carcajada que nunca se pudo quitar y su expresión se vio seriamente afectada. Algo que debe entender Baiz es que el parecido no hace al personaje, debería estudiar Nixon de Oliver Stone o Hitchcock de Sacha Gervasi para que entienda que sin parecerse demasiado Anthony Hopkins nos deja con la sensación de que ningún otro actor hubiera podido responsabilizarse por su papel.
El último golpe de credibilidad es menos grave pero igualmente doloso que con Rodríguez y fue escoger a Catalina Sandino para interpretar a María, la esposa de Roa Sierra. Imaginamos que en esta decisión tuvo más que ver el estudio que vio de pronto la posibilidad de comercializar mejor la pieza en otros mercados. El caso es que Sandino no se ha destacado en su posición por grandes actuaciones o grandes desempeños sino más bien, buenas decisiones en muy buenos momentos. Es mucho mejor que Martina García -una especie de actriz zombi- pero sus papeles son igualmente planos, monótonos, aburridos y con la sensación de siempre interpretar a una bogotana en una situación particular. En Roa no es diferente. Sandino en vez de ser una mujer abnegada, luchadora y rebuscadora se comporta como una mujer de mediana clase, que no tiene mayores problemas, que su marido está un poquito loco de la cabeza pero que con descanso y cuidado se le pasa. Un vacío argumental fuerte por donde también se le escapó el drama al realizador.
Si, Baiz advierte un progreso en su técnica y en su factura. Logra dirigir mejor a sus actores, sobre todo los naturales, pero descuida a los otros, supuestamente profesionales, y es donde su confianza pervierte la cinta. Además aunque está mejor narrada, Roa tiene serios problemas de guión que la hacen inverosímil y en algunos casos excesiva o sobreactuada. Baiz debería experimentar un poco con las mieles independientes y desarrollar historias menos pretenciosas. De pronto descubre un par de Mauricios Puentes que logren contar mejor sus historias y darle una mayor redondez a toda la trama.
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