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Una tarde en el museo

Más allá que pueda parecer una secuela de una de las recientes pelis de Ben Stiller, la razón de esta entrada es mi entrada al Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA de su nombre en inglés). Una experiencia como la de cualquier museo pero con la diferencia, o mejor con la ventaja que cuando fui el ambiente tenía ese tufillo audiovisual en cada una de sus exposiciones itinerantes.

A pesar de tener unas exposiciones increíbles de Magritte, Matisse, Kahlo, Klee, Warhol o Rauschenberg trascendió fuertemente en mi Eadweard Muybridge, David Claerbout y Alessandra Sanguinetti. El primero es un fotógrafo británico, emigrante a los Estados unidos en el siglo XIX, que tuvo una profunda inquietud por el movimiento y su percepción por parte de nuestro sentido de la vista. Su exposición ocupa la mayoría del tercer piso y la llamaron “Helios: Eadweard Muybridge in a Time of Change“. Gran parte del trabajo de Muybridge fueron los estereogramas que básicamente eran dos fotografías repetidas del mismo lugar a la misma hora que, con el uso de un artefacto especial muy cercano a unos espejuelos, daba la sensación de profundidad (muy cercano a lo que vemos con un ViewMaster hoy en día). Un gran portafolio que sólo deja entrever la inquietud y profundo estudio por este tema apasionante. Unos más divertidos que otros, su visión era muy contemplativa y logró un contrato para demostrar que un caballo galopante eleva sus cuatro patas completamente en el aire en el trote más profundo. Sin avances tecnológicos en absoluto, Muybridge se lanza en esta odisea que dió sus primeros frutos en 1873 donde demuestra este punto y más o menos en 1878 desarrolla su técnica cronofotografía (una década antes que los Hermanos Lumière anunciaran su quinetoscopio) y fundamenta los orígenes de la técnica del cine tal cual como el daguerrotipo lo fue para la fotografía. Su trabajo es realmente impresionante como conmovedor y aunque la mayoría del trabajo de Muybridge fue presentado en secuencias impresas, El Museo nos lo presentó en «kinetics» de absoluta belleza y audacia. Eadweard Muybridge es muy importante para este blog como el padre de la cinematografía y le alcanzó su lucidez para sugerirle a Thomas Alva Edison que desarrollara un artefacto que pudiera combinar imagen y sonido, desarrollo que nunca verdaderamente logró cautivar a Edison completamente.

Ya en este punto un cinéfilo se devuelve a casa feliz y tranquilo.

El museo en el cuarto piso estableció un cuarto de instalación para un artista fascinante, David Claerbout. Un artista plástico contestario de la academia que afirmaba que el arte sólo podía ser pintado y fue entonces que se dedicó a pintar con fotografía y cine. Su exposición David Claerbout: Architecture of Narrative es un juego impresionante de deconstrucción de las imágenes y el movimiento en un acto contemplativo socio cultural muy profundo. Su obra es un juego de palabras que empieza con kinetics definidos en el cine y cine definido en kinetics. Su trabajo Kindergarden de 1998 está basado en el trabajo de Antonio Saint’Elia de 1932 y es la alteración de una fotografía con pequeñas variaciones de luz y sombras que congelan un momento en una reunión de niños. Sections of a Happy Moment de 2007 es para mí de pronto el más impresionante donde una escena, un instante, es capturado por varias cámaras y generá una serie de tomas contemplativas de los siete u ocho personajes en acción para después ciclarlos en una melodiosa coreografía. Finalmente, El Museo nos trajo White House de 2006 una acuciosa e impresionante obra de casi trece horas y media de duración donde el artista realiza un corto de diez minutos de duración cargado de un fuerte contenido y lo repito setenta y tres veces. Lo hace de forma tal que cada video repetido es independiente y fue filmado en una hora diferente de un día al final del invierno. La idea es capturar el paso de la luz desde el amanecer hasta el atardecer y su incidentalidad en la textura del filme. Lo impresionante es como la historia de ultra violencia presentada en el corto pierde completamente su fuerza, insensibiliza al espectador y transforma el espacio y la luz como narradores omnipresentes de un destino innegable.

Si uno llegó temprano y logró una buena porción del cuarto piso, el ojo cinéfilo está más que excitado.

Finalmente, el quinto piso. Una muestra de instalaciones audiovisuales montadas con monitores interactivos, algunos, y con secuencias programadas, otros. Lastimosamente, me quedé demasiado tiempo en los pisos previos y llegué muy al ras de tiempo para observar con calma todos los artistas de este piso. Logré de todas formas quedarme un buen tiempo en el proyecto de Alessandra Sanguinetti, una neoyorquina que creció la mayor parte de su vida en Argentina para posteriormente radicarse como fotógrafa en Nueva York. Su currículo es impresionante no sólo por las exposiciones privadas y públicas que ha compartido en diferentes museos sino por su asociación al Guggenheim Foundation Fellowship por sus logros adquiridos. El trabajo expuesto es una serie de ocho televisores encontrados en un espacio repitiendo mini-clips de superación personal, sugiriendo a deprimidos profundos buscar ayuda y no dejarse llevar por su patología. No puedo decir mucho más. Salvo que los cortos eran muy divertidos y que la instalación era muy sencilla pero muy bien lograda.

Fue una jornada espectacular. Disfruté al máximo mi ida al museo y si un día están por ahí ojalá a ustedes también les toque un estudio profundo audiovisual fue lo máximo.

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