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La Sirga

William Vega, escritor y director, nos trae gracias a la producción Oscar Ruíz Navia (El Vuelco del Cangrejo) una pieza más del gran combo de cintas que se alimentan de nuevas historias, de nuevos mensajes y de nuevas locaciones colombianas. La Sirga es un proyecto titánico que se adentra en una historia sencilla de desplazamiento y violencia tácita, en los alrededores de La Laguna de la Cocha, departamento de Nariño (Colombia). En esta época donde lo digital se está fagocitando al celuloide, donde la producción con cámaras RED es mucho más económica que una de 35mm y donde el cine comercial es la salida segura para continuar en el negocio, aparece esta pieza que va en contra de la corriente, una metáfora directa del zuncho de esterilla que flota en la laguna en contra del viento.

Alicia, interpretada por Joghis Arias, es una niña que huye de su pueblo porque la violencia la alcanzó y quemó su casa. No tiene familiares cercanos y busca el último resguardo de consuelo y amparo en su tío Oscar (Julio César Roble) que vive al lado de la laguna y se erige como su único familiar vivo. Este la hospeda y la cuida -¡y vaya qué si la cuida!-. Su vivienda es un hostal llamado La Sirga pero está en muy mal estado, los tablones están podridos, las latas que cubren el techo están roídas por el óxido o despegadas por el descuido, el caso es que en noches de lluvia, adentro de La Sirga también llueve. Alicia no pudo haber llegado en mejor momento, Freddy (Heraldo Romero) primo de Alicia dejó al viejo hace un tiempo incierto y aún lo espera mientras el hostal se cae a pedazos, Alicia entonces se pone en la labor de mejorar la estancia para la llegada de “los turistas” reparando el tablado, el techo, las puertas y mientras tanto le ayuda a Flora (Floralba Achicanoy) en los desayunos y almuerzos.

La violencia vuelve a aparecer en la trama, justo con el regreso de Freddy. Se enrarece el ambiente, se siente la presencia de la guerrilla, de los paramilitares, de los tiras y sus sapos pero sobre todo del miedo y la incertidumbre.

La Sirga es una oda a ese estado momentáneo de la existencia en el que uno se siente en el limbo, desubicado, sin dirección o destino fijo. La sirga es un elemento, generalmente, una cuerda que ayuda a mover las embarcaciones hasta la orilla o también se le conoce a las zonas de paso entre puntos inundados. En la historia es una clara alusión al desplazamiento de Alicia, un personaje que esta de paso. Que no está aferrada nada y tampoco tiene una fecha establecida para su estancia. Joghis Arias aparece en pantalla sorteando el laberinto del páramo y de la niebla, se desploma del hambre y del cansancio y cuando nos cuenta su historia, despliega una mirada de cachorro herido con sendas bolsas de lágrimas ahogadas en sus ojos. Conmueve. Conmueve inmediatamente y su razón es que Joghis comparte la historia de Alicia, común en muchas niñas de cada ciudad, de cada pueblo y de cada municipio colombiano. Nacida en Caquetá la violencia le quitó a su abuelo, a su padre y huyó. Se refugió en una carrera de la Universidad del Valle y la actuación le llegó como un afortunado accidente. En general, la dirección de reparto es excelente como ninguna otra que hayamos visto últimamente. Los duros rasgos de Julio César Roble, aceitados con esencia de alacrán, son perfectos para el huraño tío; dos planos y un gesto apretando un poco los ojos y Heraldo Romero nos transmite desazón en esa ambigüedad de su personaje; Floralba Achicanoy, David Guacas y el resto del reparto son lugareños y hablan con ese endulzado acento pastuso inconfundible.

Hecha con una exquisita e impecable fotografía de Sofía Oggioni Hatty, esta cinta es una delicia para ver. A Oggioni Hatty la conocemos por su trabajo en El Vuelco del Cangrejo que también es un ejemplo de cinematografía acompañada de sonido ambiente. Esta vez sus planos viciados se combinan con la endiablada melodía del folclor pastuso. Unas destempladas tonadas acompañadas de violín, guitarra y tiple con unas voces toscas y graciosas que hacen de los planos melodiosos, pegadizos momentos -aún sigo tarareando el violincito del corto que apenas aparece en pantalla nos roba una divertida mueca y nos impulsa a palmear para seguirles el ritmo-.

Es un momento realmente anecdótico el que estamos viviendo y que debemos aprovechar al máximo. Seis pelis colombianas se exhiben en cartelera, Sanandresito, La Lectora, Carrusel, Chocó, Sofía y el Terco y La Sirga. Digamos que las tres primeras piezas no son de nuestro mayor agrado pero llevan gente a las salas y las acostumbran a esta gran experiencia (muchos hace rato no iban y no se acuerdan de las dinámicas de respeto en las salas pero bueno eso es harina de otro costal). La crítica empieza a hablar de una nueva corriente llamada Nuevo Cine Colombiano, me parece más sensato hablar de la excipiente nueva industria del cine colombiano. Una industria consciente de que debe crecer comercialmente para poder patrocinar sus proyectos más creativos y que de vez en cuando nos va a traer una joya como esta a las pantallas.

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El Vuelco del Cangrejo

El Vuelco del Cangrejo de Oscar Ruíz Navia es el claro ejemplo que el neoexpresionismo alemán se filtró perfectamente en nuestro cine de autor. Ya lo habíamos anotado en Los Viajes del Viento de Ciro Guerra pero aquí la aseveración es más que incuestionable. 

Una historia sencilla de un hombre que parece huir de su pasado y lo verdaderamente bonito es que nunca se sabe porqué huye, de qué huye y también nunca importó. Pudo huir de la violencia, de un desamor pero igual lo importante es que llega a algún pueblo pescador del Pacífico y se asienta temporalmente mientras busca una lancha a motor. En esa transitoriedad empieza (empezamos) a explorar los protagonistas de ese rincón del país; a descubrir sus rostros, su idiosincrasia, sus penas y su forma de supervivencia. 

El cangrejo es un animalito que anda de medio lado como con la incapacidad de enfrentar el futuro y, esquivándolo, no le queda otra salida que intentar escabullirse por el costado. A pesar de tener un robusto exoesqueleto y unas fuertes tenazas, si el cangrejo se pone boca arriba queda atrapado en su propia envergadura; solo con el impulso de una ola en la marea, tiene una oportunidad de dar un vuelco y salvarse de la desolación y la inanición. La figura es sencillamente exquisita cuando cada uno de los protagonistas de este sencillo cuento es parte de una comunidad de cangrejos volteados y tan sólo esperan ese último impulso para salir adelante.

Unos encuentran una lata de atún, otros sobreviven con una poción diaria de arroz, otros son más depredadores tratan de instalar un hotel y camuflarse entre la comunidad pero sólo aquellos fieles a su folclor y sus raíces son los que logran definir un vuelco diferente. 

La peli explora la desolación de una zona olvidada del país. La comunidad negra del Pacífico afronta la segregación más fuerte de todas, en el acto más racista posible nos hemos olvidado completamente de ellos. En su desamparo, la ley del más fuerte ha socavado sus conciencias pero existe la esperanza que la ética, la moral y la herencia cultural sean suficiente contención para contrarrestar los peligros de la misma extinción. Y es que El Vuelco del Cangrejo es también una crítica a la deforestación sin sentido, a la pesca desmedida, a la explotación excesiva de los recursos naturales. Aquellos que sobreviven con los bienes provistos naturalmente son los que atestiguan la baja de peces en sus ríos y, por lo mismo, en sus recolectas, el hambre, la falta de oportunidades y son los que se unen con machete a tratar de proteger su más apreciado tesoro: el statu quo que heredaron de sus abuelos, la cultura de protección de su entorno. 

Ruíz Navia nos trae un proyecto delicado, pausado y desarrollado en su mayoría por actores naturales, balanceado entre belleza y acritud. Por un lado sus actores, no tienen experiencia en absoluto frente a una cámara (con excepción de Rodrigo Velez actor de carrera que ya habíamos visto en Perro Come Perro de Carlos Moreno) por el otro son hermosos en su fisonomía y en sus roles. Ruíz Navia se jacta de su encanto y los pone a posar frente a la cámara, a disfrutar del proyecto, tanto que uno termina enamordo de su belleza -a mi me sedujo por completo el personaje de Yazmín, una mujer con unos rasgos inquietantes y con una figura absurdamente deliciosa-. Otra dicotomía para deleitarse es el guión, siendo la epopeya de la huida de Daniel, el tema central de la cinta, Ruíz Navia no se aguanta las ganas de contar y entremezclar las vivencias de sus personajes con la de su reparto, muchas veces no sabemos si estamos escuchando a Miguel, a Paola o al paisa o si simplemente escuchamos a Arnobio, Israel, Karent o Yisela, son sencillamente honestos en su discurso y verosímiles en la trama. 

Lo que más me sorprendió fue la cinematografía, a cargo de Sofia Oggioni Hatty y Andrés Pineda. Audaz, muy inteligente, muy pensada, que se siente igual muy natural nos divierte mientras encantados contemplamos la playa, el restaurante o la aldea. Se nota que aportaron una gran cantidad de material de alta calidad para la edición que a la postre también significó un excelente montaje. Me parece extraño que no hayan sido nombrados en ningún evento, lo que me hace pensar que Carlos Moreno es mucho más intrépido cuando logra que su cámara, Diego F. Jiménez, no sólo sea nominado en Sundance dos veces, sino que además en su última aparición, Todos Tus Muertos le significó mejor cinematografía en un drama del mundo. 

Una joya. Una lástima que no pude verla en cine. Sin embargo en MovieCity la están pasando en alta defición y vale mucho la pena. 

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