Muchos de nosotros tuvimos nuestro primer encuentro con Guy Ritchie en 2000 con Snatch; yo por ejemplo me acuerdo perfectamente que fue de mis últimas pelis en los cinemas del centro, en la 24 con Séptima y en aquella ocasión me quedé con la rara sensasión de haber visto algo realmente diferente y pudo haber sido Brad Pitt como nunca lo había visto o ese mundo británico suburbano completamente nuevo para mi. Pero, al final, creo que fue esa forma de contar la historia tan peculiar y condimentada como sólo Ritchie lo sabe hacer.
Durante mucho tiempo viví fascinado con Snatch hasta que me topé con Lock, Stock and Two Smoking Barrels y algo se rompió allá dentro de mí. Sentí que Snatch no era tan original como aparentaba y, por el contrario, era la re-interpretación de una muy buena peli (incluso en el Reino Unido la conocían como Lock, Stock and Six Stolen Diamonds).
En efecto, Snatch es muy buena peli pero Lock, Stock and Two Smoking Barrels lo es mejor por ser la primera y clara inspiración de la segunda.
Sin embargo, la sinergia de las dos pelis en mi opinión es lo que ha hecho a Ritchie un contador de historias únicas, entretenidas y fascinantes. Tal vez, lo único diferente que ha hecho es Swept Away en 2002 cuando recien casado con Madonna le declara su amor con una historia, a su estilo, pero romántica (la carta es devuelta cuando Madonna le pide, dirija su video What It Feels Like for a Girl y se logra entrever lo retorcido de la mente y el estilo de Ritchie).
En esta peli en particular, el acento londinense del bajo mundo es encantador, tiene un empalague que gusta la primera vez que se escucha, hemos estado demasiado acostumbrados a Hollywood y su inglés del Bronx, Queens o Harlem cuando se habla de situaciones marginales. Ahora bien, si se siente la necesidad de sobrevivir, la pobreza y la marginalidad pero de alguna forma también se siente que esta vida de frenesí, vértigo y acción tienen un tono de picardía y hasta felicidad en sus personajes: La vida es una mierda pero el que no se la goce está jodido (pareciera ser entrelíneas la gran moraleja). Puede ser por eso que uno se encariña tan fácilmente con los anti-héroes de sus pelis o se tensiona cuando las situaciones se tornan en contra de ellos. Y es que es tan claro como los apodos o alias; primero que todo, todo el mundo tiene un apodo, es decir, todo el mundo es un malandro o tiene cosas malhabidas – nadie es inocente; segundo que todo, son descripciones de crueldad y de perversidad (Barry “el bautista” y una escena del man ahogando a un fulano, Rory “el quebrador” Breaker, Harry “el hacha”, etc…) y uno como espectador los asume como chistes, como ocurrencias, en un sentido completamente anecdotario.
Con las pelis de Ritchie sucede que las texturas de las escenas y el tono con que son llevadas pareciera que van muy bien aglutinadas por un conector invisible como lo es su banda sonora. Uno está embebido en una persecución y se escucha Zorba el Griego y uno simplemente lo asiente, no encuentra más que una sonrisa al entender el chiste en su literalidad. Para mi, lo importante de Ritchie es que escribe y dirige sus pelis como si fuera un rocker y al final se repite y se repite pero es eso. Un compositor de rock and roll en medio de situaciones londinenses coloridas y particulares.
Muchos se encasillan en un modelo de éxito y es fácil no salirse de ahí por la comodidad que genera el mismo éxito, la misma frase de su peli parece ser su perdición: Lock, Stock and Barrel se usa para denotar estancamiento y ruina. Pareciera que Ritchie con RocknRolla llegó a su tope y necesita un puente para salirse de ahí. Ojalá las superproducciones le den un vuelco a su creatividad y empecemos a observar lo que puede ser el amanecer de un nuevo momento en su vida. Mientras tanto, uno puede quedarse en casa repitiéndose una y otra vez este par de joyas.