Jodaeiye Nader az Simin es una de esas pelis locas que ganó todo a nivel independiente. En la Berlinale por ejemplo mejor actor, mejor actriz y mejor película, también en los Spirits, el círculo independiente de Nueva York, Los Angeles, Melbourne, Chicago, Césares, San Sebastián, British Independent’s, Sydney incluso Globos de Oro y Oscar.
Podría uno pensar que tantos premios y tantos reconocimientos hacen de la cinta una pieza promedio, ya lo hemos visto antes, pero lejos está de serlo. Una gran historia que se desarrolla muy calmadamente, sin pretenciones, sin efectos de cámara, sin música en absoluto, en el centro un gran drama y alrededor unas actuaciones impresionantes. Todo pareciera definir una pieza de Dogma 95. Asghar Farhadi, su director es un gran alumno de Thomas Vinterberg o Lars Von Trier quienes podrían estar muy orgullosos de su legado en tierras asiáticas.
Simin (Leila Hatami) es una mujer que se presenta frente a un tribunal iraní para separarse de su marido, Nader (Peyman Moadi). Quiere irse del país y le ruega al juez que le de la custodia de su hija, Termeh. Cautelosa por estar en una posición desventajosa trata de explicarle al juez que no hay mucho tiempo pues su visa está por vencer, que la única excusa de su marido es cuidar a un padre que tiene Alzheimer y no puede siquiera reconocerlo. La ley dice que el hombre debe tomar esa decisión, no un juez, lo cual pone en aprietos a Simin pues su esposo no le da el derecho de llevarse su hija fuera del país.
Firman la sentencia de separación y tratan de avanzar en sus vidas tratando de solucionar qué hacer con Termeh pero los infortunios de ese mundo los llevan a explorar todas las vicisitudes de la religión, la sociedad árabe y porqué no, el mismo amor. De tribunal en tribunal, Farhadi, su escritor director, nos va mostrando pasmosamente y con una deliberada agudeza cada una de las capas que conforman la cultura iraní. Los factores van apareciendo uno a uno, las cargas morales y éticas van desarrollando los personajes y al final, en un espléndido movimiento finaliza la obra sin tomar partido pero con todas las cartas muy bien jugadas. Un perfecto ejemplo de planteamiento, nudo y desenlace. Los créditos aparecen y una profunda orquestación ausente completamente en la cinta llena la sala y nos deja boquiabiertos sedientos de conversar y discernir sobre lo que ha sucedido frente a nuestros ojos.
Un clásico instantáneo y una obra maestra que tiene muy merecido todos sus premios y reconocimientos.