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Conversations with a Killer versus Extremely Wicked, Shockingly Evil and Vile

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En la época donde se prefesó que la tele iba a matar al cine y sus realizadores, una realidad es que el lenguaje dramático, narrativo y estético de los documentales se ha desarrollado mejor con el auge de las piezas audiovisuales en los portales de distribución casera como Netflix, Amazon, HuLu o incluso OnDirecTV. Los nuevos directores tienen una oportunidad más clara porque para hacer un documental se necesita menos presupuesto y no se requiere una estrella para acertar un gran golpe, ya no de taquilla sino de opinión; y pues claro, es un gana-gana porque al final el portal de audiovisuales lo que requiere o necesita es tener un portafolio de respaldo para contrarrestar la competencia.

Esto en el juego trae mucho talento nuevo. En este caso particular, un veterano como Joe Berlinger quien se dispone a armar un documental sobre Ted Bundy, recibe (y maneja) tanto material que se le vuelve una serie en NetflixConversations with a Killer: The Ted Bundy Tapes– y, finalmente, imagino enamorado del proyecto busca el financiamiento y producción de un largo –Extremely Wicked, Shockingly Evil and Vile-. Es decir, hace toda la tarea de producción desde la investigación hasta la puesta en marcha de una pieza argumental.

Cuando el tema es interesante los documentales me atraen mucho porque siento que la investigación detrás la hace un periodista; confío en lo presentado, entonces busco al final algo que dilucide la verdad sobre el planteamiento; podría ser algo altruista en busca de la verdad pero también tiene que ver con el morbo del detalle concluyente. Eso tiene Conversations with a Killer: The Ted Bundy Tapes. Eso y una edición con un sistema visual muy atractivo, un montaje siniestro y dislocado, una narración de algo retorcido y enajenado. Por ejemplo, cuántas veces hemos criticado los cómix de Superman o WonderWoman cuando se cambian de ropa y se ponen gafas y las personas no los identifican, en este relato, miles de veces cuentan que el presunto inculpado llevaba esto o aquello, que estaba peinado de cierta forma o que con foto en mano no encontraban a Theodore Robert Bundy ¿? ¡Cómo puede ser posible! Y sin embargo, sólo segundos después nos muestran, fotos, retratos hablados y hasta imágenes de archivo de épocas diferentes en zonas geográficas súper diferentes y el mancito cambia; ¡cambia un resto! Hay incluso un plano con todas las fotos y pues no es que hayan pasado veinte años, en un lapso de no más de cinco años -la historia empieza realmente con el arco dramático al final de los 70’s y ya en los 80’s ya estaba encarcelado y condenado en Florida-. En una época sin internet, sin estudios de ADN, sin máquinas facsímiles incluso la comunicación de estado a estado era apoteósica.

Bundy, a parte de lo que pudo recolectar Stephen Michaud, no dió nunca luces de lo que realmente pasaba por su mente, en forma casi de estrategia porque pareciese que se aprovechaba de esta situación -y casi pone en jaque el juicio por lo mismo-, esa falta de comunicación le permitía ir de estado a estado y realizar sus fechorías.

En cuanto al argumental, tanta información del documental se pierde si no se hila debidamente, ¿quién es esta? ¿Por qué se movió de aquí allá? ¿En qué año fue? En fin, este formato tiene unos límites claros y uno de ellos es que, naturalmente, un espectador no tiene las herramientas de una tableta para parar, adelantar o atrasar pedazos de la historia, supuestamente, el provecho se hace de una sola ingesta y por lo tanto la atención va de una hora y media a dos horas, máximo tres horas en alguna peli de Scorsese. No hay mucho tiempo para detallar cada situación y el editor (Josh Schaeffer) se vuelve mago para volver un material de 20 horas de grabación lineal a algo inteligible de seis horas y después empezar a peluquiarlo con estilo para obtener estos formatos. Allí se pierde mucho. Hay conceptos como la toma de muestras odontológicas hechas a Bundy en la cárcel que en el formato de largometraje quedan como un vacío legal pero en el documental se advierte que hay una orden, que hay un paso de resistencia por parte del implicado y después un estado de sarcasmo y docilidad inusitado.

La cinematografía de Adam Stone (documental) me parece que se explaya y se aprovecha en su formato, se hace rica y valiosa; la cinematografía de Brandon Trost (argumental) se torna más restringida, más tímida y no necesariamente complementaria con el tema, no es mala, pero palidece en comparación. Ambas musicalizaciones (Justin Melland, Marco Beltrami, Dennis Smith) tienen los mismos paradigmas pero se desarrollan bien cada una en su campo.

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Me encantó el reparto escogido por Neely Eisenstein. Desde Lily Collins como Elizabeth hasta James Hetfield como el oficial que primero lo detiene! -un guiño a que el director Joe Berlinger les ayudó a Metallica en Some Kind of Monster y This Monster Lives-. Zac Efron en sí mimsmo es un tema delicado en la pieza. No lo hace mal. Está perfectamente adaptado y su personificación es alusinante, un gran trabajo que se le debe reconer al joven talento de 32 años; Efron es un trabajo en proceso, repito cuadra perfectamente con la edad de Bundy y con su físico, se nota que lo estudió y fue muy respetuoso para seguir sus pasos, sus muletillas alguno de sus gestos, los tonos de su voz son más que acertados; el problema es que el personaje es más fuerte de lo que físicamente puede agarrar; en el documental se hacen evidentes los cambios de humor del protagonista, los cambios de tono en un mismo relato, que van desde la seriedad a la carcajada pero hay varias carcajadas, las risotadas frente a las cámaras de la prensa y las risas en frente de Michaud; justo esos cambios de personificación tiene que hacerlos un actor con más desarrollo y experiencia, claramente DiCaprio nos enamora frecuentemente con esas demostraciones o Javier Bardem o Josh Brolin o incluso Brad Pitt lo ha venido aprendiendo con el paso del tiempo y no es una sentencia en contra de Efron, que se nota hace un gran esfuerzo, pero incluso el recompuesto Haley Joel -I See Dead People- Osment recibe una llamada en su casa indefenso, reconoce la voz de Bundy, hay cambio de humor, tanto en postura como en tono; el mismo Osment frente a Lily Collins, lo inquiere por la misma llamada, su cuerpo titubea, se queda callado y después habla pero no es cualquier parlamento, se entiende acorralado. Efron repite su esfuerzo en The Paperboy de Lee Daniels, se esfuerza demasiado, pareciera que le falta disfrutar aún más el momento y se siente demasiado respetuso, hubiera podido aprender algo de la rebeldía de Matthew McConaughey o incluso relajarse un poco como cuando está con Seth Rogen en esas fantásticas comedias de Neighbors.

A diferencia de Ruth Bader Ginsburg, aquí uno no puede decir claramente qué pieza es mejor. El documetnal se complementa con el argumental y viceversa; la crónica adquiere un lenguaje propio pero se complementa con los diálogos, las caras de los personajes, las locaciones y una narración un poco más lineal del largometraje. Al igual que la serie de televisión la peli tiene cuatro actos y más o menos tienen los mismos finales cada uno: la presentación del personaje, su relación con Elizabeth y Molly, el juicio y su relación con Carole Anne y finalmente su confesión y desenlace. Sin embargo, el documental -sobre todo en su cuarto acto- se redefine alrededor de la persona de Ted Bundy y su psique. Su vileza versus su simpatía, su ingenio versus perversión, su carisma versus su obstinación, y finalmente, su impertinencia versus la animadversión que su personalidad generaba. En ese sentido creo que el argumental se queda corto y de nuevo, sin ser una responsabilidad directa de Zac Efron, si era su total competencia.

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