Aunque sigo desconfiando de su pretención y su particular estilo que se me ha vuelto un poco más que aburrido, debo reconocer que La piel que habito de Pedro Almodóvar es un excelente thriller de suspenso con todos los ingredientes necesarios para pasar un buen momento y que me arrepiento mucho de no haberla visto en salas en su momento.
Volver, La mala educación, Hable con Ella y Todo sobre mi madre son piezas que no me llenaron y que por el contrario se me volvieron repetitivamente sosas e incluso material esnobista para cierto tipo de personas que lo adoraban ciegamente, como por ejemplo Hollywood que le dió Oscar a mejor guión original y la nominó a mejor dirección. Los abrazos rotos me pareció un intento muy primitivo de Almodóvar de hacer suspenso y la exagerada red de eventualidades que creó para desarrollar la historia más que inoficiosa.
Ahora bien, también en su momento pensé que los autores se estaban volcando al thriller y que unos lo estaban logrando mejor que otros como Allen con Match Point, Scoop y Cassandra’s Dream pero que Almodóvar se sentía desdibujado en el intento. Al final, Allen nos había creado un espejismo y volvió a su reducida comedia psicoanalítica así como grandes maestros del thriller se empantanaban con sus problemas personales que no les daban sosiego para desarrollar algo de mejor estilo, caso Polanski que pasó de The Ghost Writer a Carnage, dejando un raro desazón al final.
La piel que habito es un drama ingenioso y casi de ciencia ficción sobre la historia de un cirujano plástico (Antonio Banderas) que está experimentando en casa con células transgénicas. Mientras le comunica a la comunidad científica todos los avances que se pueden lograr con ratones, confidencialmente le cuenta a un amigo que ya lo está haciendo en humanos, y este a su vez le advierte que puede meterse en grandes problemas con sus acciones pero con falsa soberbia aparta los consejos y continúa con su cometido. Vera (Elena Anaya) es la mujer que juega como su conejillo de indias quien se siente presa y quiere acabar con su encierro así sea quitándose la vida. A Vera nadie tiene acceso, ni siquiera Marilla (Marisa Paredes) ama de llaves de toda la mansión quien se comunica con ella con monitores y ascensores de comida. De esta forma queda expuesto el planteamiento que aparte de las florituras del tratamiento de células transgénicas es bastante sencillo y poco forzado. Lo interesante de la narrativa -aprendida tal vez de Volver, La mala educación y Los abrazos rotos– es recurrente juego de tiempos, en esta ocasión muy bien logrados para examinar los motivos del doctor para su experimento, la historia de Vera, de Marilla, la esposa y la hija del doctor. Acompañados de una impresionante ambientación musical -gracias a la composición original de Alberto Iglesias– la historia no trastabillea una sola vez. Es perfecta. Es solemne y el final es inquietante, más que fascinante.
Si el camino que tomó Almodóvar con Los abrazos rotos le dejó la suficiente experiencia y criterio para crear La piel que habito me deja anonadado y sorprendido. Le doy mi venia y mi respeto por semejante reinvención tan espectacular. Muy merecido el BAFTA a mejor peli extranjera, los Goya a mejor actriz, mejor maquillaje, mejor nuevo actor y mejor partitura para Alberto Iglesias, su nominación a la Palma de Oro en Cannes, su nominación a mejor partitura en los European. Sigo igual siendo incrédulo, todos estos reconocimientos podrían ser parte de la inercia del esnobismo que nombraba y, lastimosamente, esperaría verme en TV, Los amantes pasajeros, su siguiente proyecto esperando aún más sorpresas y no esacandalosas desinfladas.