
Dentro del Festival Internacional de Cine de Barranquilla (FICBAQ) hubo dos constantes importantes que para nosotros definieron el carácter del festival en si. Por un lado, hubo gran número de piezas denunciando el racismo de los locales (llámense paraguayos, bolivianos, argentinos o colombianos); algunos decidieron optar por desarrollar su denuncia como un cortometraje, unos cuantos como un documental, otros como eje de un largo argumental de ficción y otros decidieron incluirlo como un detalle secundario que contextualizaba su relato; pero en todos lo que se evidenciaba es que nuestra sociedad es altamente intolerante y poco incluyente con personas de diferentes etnias, pero sobre todo, casi que la regla era el maltrato consistente al indígena que recibía descargas peyorativas y rechazo violento. Por otro lado, los niños son protagonistas de la mayoría de las piezas; indomables, creativos, consentidos, echados a perder, lúdicos, sencillos, nobles y hasta necios y desjuiciados; era como un llamado a las nuevas generaciones a comerse este mundo lleno de retos y aventuras.
La jaula de Oro, del español Diego Quemada-Díez, venía con un gran favoritismo por los reconocimientos alcanzados en Lima, La Habana, Mar del Plata, San Pablo, Zúrich y Cannes (nominada a mejor peli de Una Cierta Mirada y ganadora de mejor talento por su equipo en la misma categoría). Esto levantó muchas expectativas, que a la postre tanto crítica como público vieron colmadas en sus proyecciones.
Su historia es una historia que le pertenece a miles y miles de personas reales que desde Guatemala (y cualquier país de Latinoamérica) empiezan su larga odisea para atravesar El Hueco en la frontera con Estados Unidos en México. Su proyecto nació con una documentación profunda de varios años de investigación; Quemada-Díez es español, pero se transladó a Guatemala, más específicamente a la Zona 3, a investigar una y mil historias de personas que trataron de salir de las dificultades, la falta de oportunidades y la extrema pobreza en busca de La Jaula de Oro, término acotado para definir lo que ahora es el sueño americano, una cárcel más lujosa que nos permite trabajar y ganar buen dinero pero al final una cárcel más.
A Quemada-Díez, le pasó lo mismo que a Tito Molina (Silencio en la Tierra de los Sueños), su investigación que era un documental, se fue volviendo un largometraje de ficción porque eso le permitía recoger varios testimonios en un sólo juego de personajes y encauzarlos hacia donde él quería.
La trama empieza con tres jóvenes que parten de Guatemala para coger el tren que los lleve a México; ellos son Sara (Karen Martínez), Juan (Brandon López) y Samuel (Carlos Chajón) pero al llegar a la frontera con México se les junta Chauk (Rodolfo Domínguez), un indígena guatemalteco que quiere ver la nieve caer. Este es un punto muy bonito en la historia porque mientras el resto de personas parece huir del país a buscar un mejor futuro, Chauk está enteramente conectado con su entorno y quiere ver qué más posibilidades más allá de su propio contexto.
La jaula de Oro es rica en detalles y rica en historias; tal vez esa sea su gran debilidad; el escritor y realizador, Diego Quemada-Díez es tan juicioso en su investigación que cuando lo vuelve una narración se pierde completamente; es interesante como a medida que avanzan ya no son cuatro sino miles pero también a medida que avanzan ese núcleo también se va diluyendo, unas veces muy bien como cuando en la frontera se queda Samuel, otras veces no tan bien dejando temas muy abiertos que pierden la atención del espectador en otros lados más interesantes que el eje de la historia; lo peor es que no han siquiera atravesado la frontera con México, cuando ya han pasado dos tercios de la proyección y en un resumen que Juan hace en un mapa aún les falta atravesar todo México, La Frontera y llegar a Los Ángeles; es muy loco porque todo empieza a tomar una velocidad vertiginosa, los hechos importantes empiezan a suceder en un abrir y cerrar de ojos y el desenlace que debía ser algo más elaborado termina siendo una gran atropello.
La cinta no es mala pero no es la mejor del festival. La investigación de Quemada-Díez se nota en cada aspecto del arte, su historia es conmovedora y sus actuaciones, con actores naturales, son soberbias pero su narración deja mucho que desear. Otros aspectos deslucen de la producción que siendo la más alta, de lejos, en todo el festival es la que más flaquea en fotografía, montaje y sonido.
Fue muy interesante verla y escuchar las intenciones del realizador después de la proyección; esto sólo gracias a FICBAQ que fue muy cordial en invitarnos.


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