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Das weisse Band

A pesar de su deeeeeeeeeeensa narración Das weisse Band de Michael Haneke me pareció una peli supremamente interesante. Después de verla en cine y anonadado por su temática puse el título de la obra en el blog para dejar la entrada lista, guardé y me fui a dormir. Cuando reflexioné quise saber qué decía el título original y lo traduje: “Das weisse Band – Eine deutsche Kindergeschichte” significa literalmente “La cinta blanca – Una historia de niños alemanes“.

¡Por dios!
¡Qué título tan bravo!

En fin entenderán de lo que les hablo apenas vean la peli pero lo que si quiero dejar claro es que el director nos quiere avisar algo mucho antes de que entremos a verla, incluso es un “¡Achtung! Diesses ist eine deutsche kindergeschichte“. Ni crean que se hablar alemán estoy jugando a traducir frases con un diccionario cualquiera.

Una de las grandes genialidades de la pieza es que no tiene música en absoluto, no se que tipo de micrófonos haya usado pero el único audio son los sonidos de los primeros planos de los personajes donde se resalta el vuelo de las moscas circundantes, las respiraciones apretadas, los llantos, los golpes, la barbaridad y al final aparecen los créditos sin una sóla nota que los acompañe como queriendo decir que lo más podrido de la putrefacción misma es callarla y esconderla.

Y pudiera seguir con muchas facetas de la peli que me fascinaron desde el reparto (alcanzo a descubrir dos caras conocidas el barón interpretado por Ulrich Tukur que lo recuerdo de Das Leben der Anderen, el pastor interpretado por Burghart Klaußner como el juez en The Reader y todos los niños), su escogencia donde esas caras ajadas, adustas, abnegadas, conformes de los campesinos del barón son más que dicientes sobre la opresión de ese pequeño pueblo, el vestuario, el diseño de producción que acompaña elocuentemente a estos personajes, en fin, podría seguir pero hay dos detalles que me parecen los más destacados, la fotografía y las cámaras.

Obviamente, el director tiene mucho que ver pero la cinematografía a cargo de Christian Berger es realmente algo inquietante. Primero, el blanco y negro, muy contrastado con unos negros profundos y unos blancos enceguecedores, casi no hay grises, alertando de una sociedad maniqueista que sólo ve el bien y el mal como eventos divinos, como única respuesta a la forma de vida, tanto que sus gamas intermedias son imperdonablemente humanas y por lo tanto indignas. Lo segundo los encuadres dentro de esta fotografía resaltan mucho; las cámaras en los interiores de las casas empiezan a enmarcar cuadrados perfectos, neuróticos, psicorrígidos y xenofóbicos cuadrados que aparecen constantemente como silenciosos protagonistas, una metáfora sin duda de sus juicios cerrados y filosofía parroquial.

¡Impresionante!

Esta peli sólo confirma lo que hemos venido estudiando en este blog durante un buen tiempo ya, un director que es el mismo escritor de una pieza cinematográfica siempre tendrá poder y autonomía sobre su obra, aunque cuando esta inquietante idea del director viene de una cabeza como la de Haneke (realizador al que cada día me voy acercando más), el neo-expresionismo alemán (o nuevo cinema alemán como quieran llamarlo) es aún más perturbador y grandioso.

Nota personal: En ausencia de Herzog, Wenders o Fassbinder, Haneke se plantea como una opción fresca, perturbadora, inquietante, divertida para ir a cine. Eso si, este cine no es para todo el mundo; planos contemplativos, de un minuto de duración, de un paisaje en un plano abierto pueden acabar la paciencia de muchos o el cansancio de otros. Por mi lado, recuerdo mis días de universidad y esa misma contemplación se convirtieron en estados de paz y relajación.

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